domingo, 3 de noviembre de 2013

UDABE, 26 de Junio de 1873. El giro estratégico en el Norte

Antecedentes. La situación tras Eraul. 
Como decíamos en nuestro artículo anterior, la derrota de Eraul, conmocionó de igual manera a la opinión pública republicana y a la carlista, con efectos diametralmente opuestos. La derrota de la columna Navarro supuso el primer giro estratégico relevante del conflicto, y los implicados no tardaron en darse cuenta. El Ejército de Operaciones del Norte se reforzó ligeramente con algunas unidades adicionales tras la acción, sumando 44 batallones de Infantería, 4 Regimientos de Caballería más 2 escuadrones sueltos, y 4 compañías de artillería, y 5 baterías de montaña. Es decir, cerca de 30.000 efectivos de infantería, 1.600 de caballería y 48 piezas de artillería. A estas unidades de fuerzas regulares y de reemplazo, habría que sumar las milicias de Voluntarios de la Libertad, las unidades de carabineros, milicias forales y de la Guardia Civil, que operaban en ocasiones en combinación con el Ejército, y bajo su mando. A pesar de esta presumible capacidad de combate, lo cierto es que la misma se encontraba muy mermada por las circunstancias de inestabilidad política, que afectaron plenamente a la eficacia del Ejército. 

Infantería Republicana en Mayo de 1873
Este se siguió organizando en columnas mixtas algo más reforzadas de entre 1.300 a 1.800 hombres, comandadas generalmente por un coronel o brigadier, y compuestas por tres o cuatro batallones de infantería (normalmente pertenecientes a distintos regimientos), diversas compañías sueltas, una sección de artillería y una de caballería. Como en Abril, estas columnas seguían operando individualmente sin una coordinación centralizada, conforme a las circunstancias del territorio que patrullaban. Aunque, dependiendo de la disponibilidad de sus mandos, las mismas podían colaborar tácticamente, en todo caso, estaban integradas en una estructura superior divisionaria de carácter puramente nominal. 
Por otro lado, las dificultades financieras por las que pasaba el Gobierno de la República daban lugar a una falta material de recursos que ponían en peligro la efectividad de la fuerza armada. Las quejas de los altos mandos en este periodo son continuas por la falta de material adecuado para desarrollar su labor, y las dificultades para la distribución de pertrechos. Los impagos de la soldada afectaron a la moral de la tropa, produciéndose brotes de indisciplina, como los producidos en Bilbao el 25 de Mayo, o en San Sebastián, a principios de Junio. Si bien, los mismos, no llegaron a los incidentes de abierta insurrección que asolaron al Ejército de Cataluña por este mismo periodo. En cualquier caso, indicativo del estado en que se encontraba el Ejército, es el hecho de que el General al mando del Ejército de Operaciones del Norte, General Nouvilas, que había regresado al Norte el 11 de Mayo, tuviera que suspender varias operaciones por falta de financiación, y que se viera, así mismo, obligado a solicitar con fecha 29 de Mayo y 14 de Junio dos préstamos al Banco de Vitoria de 10.000 y 20.000 duros respectivamente, para poder reanudarlas. 
En cuanto a las características generales de esta fuerza armada, nos remitimos a las descripciones realizadas en el artículo sobre Eraul. 
Esta precariedad permitía el desarrollo del Ejército regular carlista como eficaz fuerza de combate, al contar con un mayor espacio y libertad de movimientos para su evolución. Si bien, las hemerotecas y los partes del Ejército de Operaciones hablan de constantes combates menores y escaramuzas con partidas de guerrilleros carlistas, en los que las unidades sublevadas eran habitualmente dispersadas, la verdad es que el grueso del Ejército se organizaba de forma efectiva a pesar de sus propias dificultades. El 12 de Mayo de 1873 entraba en España por el valle del Baztán el General Carlista Don Joaquín Elío y Ezpeleta, de 67 años de edad, habiendo sido nombrado por Carlos VII, Jefe de Estado Mayor del Ejército y Ministro de Guerra del Gobierno realista. De aspecto imponente, alto, delgado, de espíritu atildado y sereno, modales distinguidos, se incorporó a Santesteban ataviado con una boina azul, con dolmán largo de paño negro, corbata y chaleco blancos, y pantalón encarnado, sin distintivos de rango. Allí se le reúne, el 14, Lizárraga con el Batallón de Azpeitia. Su llegada, serenó los ánimos y los conflictos entre los altos mandos del Ejército, que se habían evidenciado en Eraul, al cerrarse definitivamente la estructura de mando. Don
General Joaquín Elío
Joaquín Elío era una figura respetada del movimiento legitimista al principio de conflicto. Había vivido casi siempre en el exilio, y había servido siempre con lealtad a la Causa, siendo una de sus leyendas vivas, junto con Cabrera. La única división sin resolver fue la sostenida entre Lizárraga y el cura Santa Cruz en Guipúzcoa, que provocó algún enfrentamiento armado entre las fuerzas de ambos, y que aún tardaría unos meses en solventarse definitivamente. 
Eraul había motivado que se integraran en el ejército regular un mayor número de partidas o de voluntarios que, bien en grupo o individualmente, se incorporaban a filas. Sin embargo, esto no suponía necesariamente un crecimiento real de las fuerzas sublevadas, que pasaban también por dificultades estructurales que limitaban su capacidad de adecuarse a las posibilidades de desarrollo. Sobre todo en orden al armamento y equipamiento general. Esto hacía que muchos voluntarios fueran registrados en listas y más tarde devueltos a sus hogares, en espera de poder ser llamados. La derrota de Oroquieta y el Convenio de Amorebieta en 1872, habían dado lugar a la pérdida de la mayor parte de las reservas de armamento con las que los legitimistas contaban para su alzamiento. 
La victoria de Eraul hizo que el movimiento armado destacara por fin en el extranjero como algo más que pequeños grupos de trabucaires y salteadores de caminos. Permitió que a nivel internacional se focalizara un cierto interés por los gobiernos europeos. De hecho, por esas fechas, activistas católicos y legitimistas de Europa empezaban a engrosar las filas del ejército realista. Es el caso de William Learder de origen irlandés, o de Richard Von Dungern, prusiano, que se incorporaron en el Batallón de Azpeitia en Mayo. Pero no se tradujo en apoyo financiero de ningún tipo por parte de entidades bancarias, partidos políticos o cortes internacionales, como ocurriera en la guerra de 1833. Carlos VII seguía sin ser reconocido oficialmente por ningún organismo extranjero, no ya como legítimo candidato al trono, si no, siquiera como beligerante contra el Gobierno republicano de Madrid. Tan sólo algunos nobles legitimistas franceses aportaron cantidades de relativa importancia para la compra de armas y material sanitario. Doña Margarita de Borbón y Parma, esposa de Carlos comenzó la venta de bienes personales y familiares para ayudar en el esfuerzo de guerra. Por otro lado, las Diputaciones carlistas a guerra organizaron ya en Marzo un sistema recaudatorio, con especial incidencia entre las grandes fortunas que se habían destacado por su filiación carlista (en Guipúzcoa, la Viuda Larreta, El Conde de Valle, o D. Ursino Zabala) por el que esperaban ingresar cerca de 9 millones de reales. Sin embargo, la falta de infraestructuras impedía que los efectos de tales exacciones se percibieran de forma decisiva a mediados de Mayo de 1873. Aún así, la parálisis relativa que se produjo tras Eraul en las fuerzas gubernamentales, motivó que la entrada de Elío, ampliamente publicitada por la propaganda carlista, no produjera reacción alguna en los mandos enemigos. Esto permitió que el General legitimista se mantuviera durante cerca de una semana en la población de Santesteban, del Alto Bidasoa, que le permitía mantener contacto con las fuerzas guipuzcoanas, atendiendo a la formación y equipamiento del 4º Batallón de Navarra, y que se le uniera sin percance alguno el Batallón de Azpeitia. La única columna liberal de la zona, fuerte de unos 1.000 infantes, comandada por Maldonado, se había refugiado en Elizondo, fortificando la población ante la eventualidad de un asalto. 
Es en esas fechas, reunido en Consejo Militar el alto mando carlista, que se resuelve concentrar la mayor parte de las fuerzas que operan en Navarra y realizar una inspección de los principales territorios y unidades organizados hasta la fecha, de cara a fomentar la estructuración de un ejército regular, conseguir un alzamiento militar generalizado y coordinar operaciones. Se trata de lo que los historiadores legitimistas denominaron La Expedición de Elío, o La Inspección, que tuvo una finalidad netamente propagandística, destinada a preparar el escenario para la reentrada en España de CarlosVII.

 La Inspección del Ejercito Carlista. (21 de Mayo a 4 de Junio de 1873) 

Infanteria Navarra en Mayo de 1873
El 20 de Mayo, Elío con el 4º de Navarra y el 2º de Guipúzcoa (Azpeitia) sale de Santesteban y pernocta en Labayen, donde se produce la concentración del resto de efectivos de la “División” Navarra. La misma, se compone de los 3 primeros batallones navarros, dirigidos por Dorregaray, el 1º Escuadrón de caballería de Pérula, las compañías castellanas y la 1ª Sección de Artillería de Montaña de Navarra compuesta hasta la fecha de la única pieza arrebatada en Eraul a las fuerzas republicanas. Se le dio orden al 4º Batallón para que en unión de partidas de “aduaneros” carlistas mantuvieran el bloqueo de Elizondo, donde quedaba encerrada la Columna Maldonado. El resto de las unidades totalizan en torno a 3.400 infantes y 100 caballos, siendo sin duda la mayor concentración de fuerzas vistas en Navarra en el conflicto hasta la fecha. En las siguientes jornadas, y a través de una sucesión de hábiles marchas nocturnas por las sierras de Aralar y Andía, en las que dejan al grueso de las guarniciones enemigas en su flanco izquierdo, la expedición llega al territorio dominado por Estella, pasando por Arellano y Mendaza. El 25 de Mayo las fuerzas pasan a través de Santa Cruz de Campezu a territorio alavés, llegando el 28 a la ciudad de Orduña, siendo recibidos por el grueso de la División Vizcaína que se encontraba reunida en dicha ciudad. A lo largo del trayecto, varias columnas republicanas (Castillo, Castañón, Cuenca) siguen el rastro de la tropa carlista, pero sin conseguir combinar un ataque conjunto sobre la expedición. Las marchas, aún siendo agotadoras, se realizan en un entorno favorable, siendo las fuerzas expedicionarias recibidas de forma entusiasta por la población, quienes engalanan al “Abuelo”, la única pieza de la que se compone la artillería carlista, con guirnaldas de flores y lazos.
 Los expedicionarios se aprovechan de la densa red de confidentes que facilitaba el movimiento de las tropas carlistas, quienes les informan puntualmente de la situación del enemigo en cada tramo de su avance, así como los guiaban a través de caminos de montaña. Esta red, conformada por personas de todas las edades y sexos, entresacada de los mismos pobladores del territorio, formada principalmente por voluntarios que no percibían contraprestación alguna, es quizá la fuerza mejor organizada del Ejército Carlista en los primeros tiempos de la 3ª Guerra. Contribuían no solo a la información, si no también facilitaban el armamento de las fuerzas insurrectas, así como al desplazamiento de divisas y mensajes. Entre ellos, destaca como figura emblemática, en un movimiento tan fundamentado en mitos como lo es el Carlismo, la del General Simón, a quien se atribuye el control supremo de la rama secreta del ejército
Imagen idealizada del General Simón
legitimista. A pesar de ser varios autores los que hacen referencia a la importancia de este personaje, nadie ha determinado su identidad real. De origen humilde, sirvió como criado, leñador y en la construcción de carreteras y el ferrocarril en todo el Norte. Lo que quizá le permitió su gran conocimiento de la orografía del terreno en el que se desarrolló el conflicto. De carácter autodidacta, se dice que aprendió a leer y escribir por sí mismo, llegando a realizar operaciones de compraventa de armas en Inglaterra y Francia. Su graduación no corresponde si no al seudónimo con el que se le conocía en el mando del Ejército, dado que no ostentó nunca grado alguno en el mismo. Según Francisco Hernando, a Simón debe atribuírsele parte del mérito del éxito de la expedición, ya que actuó como guía del General Elío. 
También se atribuye el éxito de la operación al Brigadier D. Ramón Argonz, otra de las figuras clave del levantamiento carlista. Veterano de la primera guerra, combatió en el 12º Batallón de Navarra, emigrando a
General Argonz
Francia tras finalizar aquella. Participó junto a Elío en todas las conspiraciones carlistas posteriores, y ascendiendo poco a poco en el escalafón. En 1869 fue nombrado Teniente Coronel por Carlos VII, y fue miembro de la Junta de Militar de la Frontera que preparó el levantamiento de 1872, siendo clave por su conocimiento del territorio y contactos en Navarra. En Diciembre fue nombrado Jefe de Estado Mayor de Ollo, con el que combatiría en la campaña de 1873. Nombrado Comandante Militar de Estella, ostentaría la comandancia general de Navarra entre 1874 y 1875. Carlos VII le llama a su lado donde ocupa el puesto de Ayudante de Campo del monarca legitimista durante los últimos meses del conflicto, exiliándose junto a éste. Nombrado Marqués de la Fidelidad, falleció en Francia en 1885. Su cercanía a Elío durante la expedición le confiere, para los historiadores carlistas, parte del éxito de la Expedición.
 Esta entra en Orduña sin haber trabado combate con el enemigo, y con espíritu de victoria. En vanguardia, el batallón de Azpeitia que canta el himno a San Ignacio, acompañado por la orquesta del 2º de Navarra, es recibido por tres batallones vizcaínos en formación de revista, imponentemente equipados, según destacan los cronistas. La División vizcaína estaba comandada por el Brigadier Gerardo Martínez de Velasco, quien tras el descalabro que supuso el Convenio de Amorebieta en 1872, logra reorganizar las fuerzas vizcaínas, tras desplegar una efectiva labor de recaudación y compra de armamento, apoyado por la Diputación. En Mayo de 1873 ha formado cuatro batallones, (Gernika, Durango, Markina y Arratia) perfectamente uniformados con boina blanca, chaquetón gris y pantalón rojo, y armados en su totalidad con fusiles Lefaucheaux. En total, se calculan 1.500 hombres de infantería. A su vez, contaba con una sección de caballería, la Escolta del mando de la División, compuesta por una decena de cadetes desertores de la Escuela de Valladolid y una quincena de voluntarios vizcaínos, homogéneamente uniformados. Este desarrollo de la fuerza vizcaína venía a su vez facilitado por el estado de desorganización en el que se encontraban las fuerzas republicanas en este territorio, probablemente el más desguarnecido del Norte, desde que se firmara el Convenio de Amorebieta. 
Sin embargo, pronto llegan noticias de que el General Nouvilas ha salido con la guarnición de Bilbao para
Infanteria Vizcaina 1873
atacar a la Expedición. El 30 de Mayo esta sale de Orduña esquivando el enfrentamiento, pasando por Amurrio, desviándose a Villaro y llegando a Iurre al anochecer. El 31, los carlistas, reforzados por tres de los batallones vizcaínos, reanuda la marcha por Zornoza hasta Lekeitio, donde pernocta. En Bizkaia se quedan las compañías castellanas bajo el mando del Teniente Coronel Juan Pérez Nájera, de destacada intervención en Eraul, que pasan a formar parte de la División de este territorio. Aquel se encargará de la estructuración del Batallón de Cazadores del Cid, 1º de Castilla, con los voluntarios que han ido llegando al Norte, desde Burgos, Soria o Palencia. 
El 1 de Junio, Elío, separándose también de las unidades vizcaínas, penetra en Gipuzkoa por Mendaro, pernoctando en Zestona. El territorio guipuzcoano se caracterizaba por la difícil situación del levantamiento, motivada por la desafección que generaba el estado de insurrección en el que se encontraba el batallón del Cura Santa Cruz, cuya actividad no se adecuaba a la estrategia del Ejército regular legitimista. La tensión se vio incrementada cuando se conoció que el 30 de Mayo, a la llegada de la Expedición a la zona, Santa Cruz había fusilado a 24 carabineros de la guarnición del Puente de Endarlaza, en contra de la política de humanización de la guerra propugnada por el Estado Mayor carlista. Por otro lado, la eficacia desplegada por el Brigadier Loma, Comandante General republicano del territorio, había truncado toda iniciativa por parte de Lizárraga, su homónimo carlista, que sin lograr que se desarrollara el alzamiento en el sector bajo su mando, se veía constantemente obligado a pasar a Navarra, para refugiarse con su batallón. La única acción relevante que se produjo en todo el trayecto de la marcha fue el 2 de Junio, en las alturas de Araunza y San Pedro, cercanas a Azpeitia en las que su guarnición intentó contener a la fuerza expedicionaria, hasta que pudiera ser batida por la columna de Loma. Pero las tropas republicanas evitaron atacar las fuertes posiciones carlistas en la cima, y las tropas de Elío siguieron camino de Goyaz y Bidania a través del Monte Hernio. Destacable de la acción, es el hecho de que en la misma se puso a prueba por primera vez la escueta artillería carlista, con un expansivo entusiasmo de la infantería.


La Expedición de Elío recorrió todo el Norte sin molestia alguna del enemigo
El 3 de Junio por la tarde, Elío, perseguido por Nouvilas, entra en Navarra por Betelu, alojándose en Lecumberri, Iribas y Baraibar. El 4 de Junio, Lizárraga se separa del Ministro de la Guerra, y se dirige a Aldaz para despistar a las tropas republicanas, dando por finalizada la expedición.
 A lo largo del mes, y hasta el 17 de Junio en que Dorregaray y Lizárraga vuelven a reunirse en Lekunberri, se suceden una serie de marchas y contramarchas en las que se traban algunas acciones de importancia pero de poca relevancia táctica o estratégica. La Expedición en sí, no solo fue un éxito táctico. Lo fue también estratégico y político. La misma no solo evitó el contacto con el enemigo, permitiendo que se realizara de forma casi pacífica en territorio supuestamente controlado por el Gobierno. Por añadidura, logró un efecto psicológico fundamental para la formación del Ejército legitimista, al presentar a Elío como elemento centralizador de las principales decisiones militares y promover que los altos mandos de las dispersas fuerzas carlistas desarrollaran una estrategia conjunta que en breve, apenas dos meses, conformarían un Ejército del Norte “de facto” y no solo de nombre.
 Por otro lado, fue todo un éxito de los improvisados, pero sumamente efectivos, servicios de información del Ejército, así como de la Intendencia del mismo, habida cuenta los exiguos recursos con los que contaban las tropas de Don Carlos, y lo rápido de la marcha de aquella fuerza, poderosa para los cánones del conflicto hasta ese momento. 
Por todo ello, logró su principal objetivo, que era el propagandístico. El “paseo” de Elío sin apenas sufrir molestia alguna, por los cuatro territorios en los que se desarrollaban las principales operaciones carlistas fue un grave baldón para la moral de combate del Ejército Republicano. Las acervas críticas que sufrió el Gobierno, y por derivación los altos mandos, por parte de la opinión pública contribuyeron a incrementar el espíritu de victoria que en mes y medio se había apoderado del Ejercito Carlista. A mediados de Junio se empezaba a formar en el Valle del Baztán el 5º Batallón de Navarra. Y la victoria de Udabe, con no tener la relevancia de Eraul, profundizó más en el derrotismo afincado en las fuerzas republicanas, confiriendo a las carlistas, de forma definitiva, una iniciativa estratégica en Navarra, que conllevará la conquista de Estella.

 Metauten, 20 de Junio de 1873. Radica sostiene la línea

No se detuvieron las fuerzas carlistas tras la expedición. Con la intención de evitar la concentración de tropas enemigas en torno al grueso del ejército de Dorregaray, éste planea de forma casi inmediata una nueva incursión con el 1º y 2º Batallón de Navarra, bajo el mando directo de Nicolás Ollo. Iniciada el 9 de Junio, ésta les llevará de nuevo por el Sur de Alava, hasta Orduña, y después por el Norte de Burgos. En el camino, forrajearán y destruirán pertrechos y suministros enemigos. Mantendrá una acción en Miranda de Ebro con la guarnición de esta población, tras haber hecho descarrilar un tren de pasajeros en el ferrocarril entre Vitoria y Miranda. El 15 de Junio, la columna carlista se encuentra de nuevo en Navarra, recorriendo el montañoso noroeste del territorio, desde Eraul, ascendiendo hasta Izurzu y Baraibar, a través de las sierras de Lokiz, Andía y Aralar, para refugiarse el 19 de Junio en el Puerto de Zudaire con avanzadas en Ekala y San Martín, unidos ya al 3º de Navarra.
 El 20 tienen conocimiento que la columna del Brigadier Portilla, compuesta por el Regimiento de Gerona,
Mapa de la Acción de Metauten
un batallón del de Sevilla, dos compañías de Cantabria y una sección de artillería de montaña, unos 1.300 hombres, se encuentran en Eulate, a apenas unos tres kilómetros de las posiciones carlistas. Dorregaray se retira dirección los altos de Metauten y Ganuza para no verse encerrado en los desfiladeros de Zudaire, en caso de ser atacados por otra columna por el extremo opuesto. Portilla les sigue de cerca y se traba combate por los altos de la ermita de Metauten. Las tropas carlistas, mal coordinadas, no consiguen contener la embestida republicana encabezada por el experimentado y fiable batallón de Sevilla. El 3º de Navarra se dispersa y se lleva consigo al 2º que avanzaba desde la reserva para reforzarle. Será el Coronel Rada quien consiga reunir cien hombres y logre sostener la línea, conteniendo el avance republicano e impida la desbandada total de la fuerza legitimista. Reagrupado el 2º de Navarra, se lanza igualmente al contraataque, evitando el copo de su coronel. El 1º de Navarra, emboscado para atacar por el flanco al enemigo, no se movió de sus posiciones cuando sus mandos vieron que las unidades amigas amenazaban con dejar el campo de batalla. Hecho que fue muy criticado en los partes legitimistas. La acción, con no ser importante, y a pesar de no lograr los objetivos esperados por el Brigadier Portilla, fue encarnizada y provocó un centenar de bajas en cada bando. Se deja constancia por historiadores liberales, que algunos soldados republicanos remataron a heridos y prisioneros carlistas en su avance. Portilla, que no contaba con caballería para fijar a la infantería carlista, no pudo realizar un último empuje para perseguir a Dorregaray que se retira dirección Alava, una vez más, a través de la Sierra de Lokiz.
 Curiosamente, esta acción que a punto estuvo de disolver el principal núcleo de las fuerzas de CarlosVII, no tuvo eco alguno en los medios de la época. El primero que la narra es Pirala en su Historia Contemporánea, basándose en memorias de oficiales carlistas y en entrevistas a soldados participantes en la misma. Finalmente, sería descrita desde la perspectiva liberal por la Narración Militar del Estado mayor del Ejército, en 1889.

 Los mandos. 

General D. Joaquín Elío y Ezpeleta (Pamplona 17/08/1806 – Pau 26/01/1876) Fue, junto a Cabrera hasta que éste abandonó el movimiento carlista, la otra gran figura emblemática del mismo. Ostentó altos cargos de responsabilidad en la causa legitimista bajo todos los pretendientes, desde Carlos V hasta Carlos VII, aunque los resultados de sus actividades no están exentas de polémica. Nacido en 1806, fue cadete bajo las órdenes de su tío, el General Francisco Javier de Elío, Capitán General de Valencia, que fue asesinado por su ideología realista durante la rebelión liberal de 1821. Joaquín Elío se incorpora a las filas realistas, ascendiendo a capitán en la famosa División Navarra comandada por Santos Ladrón. Miembro de la Guardia Real desde su creación en 1824, en 1833, a la muerte de Fernando VII, solicita licencia y se incorpora a las tropas carlistas bajo el mando de Zumalacárregui, quien le nombra Coronel del 8º Batallón de Navarra. Cruz Militar de la Orden de San Fernando en la 2ª Batalla de Arlabán, participa en la expedición de Zaratiegui en Castilla, como Jefe de su Estado Mayor. En Septiembre de 1839 es nombrado Comandante General de Navarra, y como tal, intenta evitar en lo posible los efectos del Convenio de Bergara en los Batallones bajo su mando, sin mayores resultados que lograr que algunas unidades mantengan la disciplina antes de la disolución definitiva del Ejército del Norte. Exiliado en Francia, forma parte de las Juntas sucesivas que se forman para reorganizar a los carlistas en el exilio. Es nombrado por Carlos VI Comandante General del Ejército del Norte en 1848, pero el alzamiento de ese año fracasa en dicho territorio de operaciones, tras la muerte de Alzaa. En 1857 se inician las conspiraciones que concluirán en el desembarco de San Carlos de la Rápita en 1860. Elío participa activamente en las mismas y en toda la operación. Fracasada, es hecho prisionero junto a Carlos VI. Condenado a muerte, es indultado por Isabel II, retirándose de la vida política y conspirativa hasta el destronamiento de ésta. En 1868 se presenta ante Carlos VII, quien le asciende a Teniente General, y le nombra Presidente de la Junta General de Organización Militar. En 1873 es nombrado Jefe del Estado Mayor del Ejército y Ministro de Guerra. Querido y respetado por las tropas, todos reconocen su talante caballeroso y digno. De imponente figura y de una fidelidad sin fisuras a Carlos VII, quizá fuera excesivamente mayor para dirigir la campaña. Algunos historiadores le acusan de cierta irresolución en los momentos críticos, de excesivo conservadurismo en el mando de las fuerzas, y es indudable que polémicas decisiones tácticas por él sostenidas dieron lugar a la derrota del Ejército carlista ante Bilbao en 1874, perdiendo definitivamente la capacidad de iniciativa estratégica para el resto de la guerra. Tampoco supo contener las desavenencias que se fueron abriendo en el alto mando carlista, poco dado como era al enfrentamiento con sus subordinados y a ejercer el mando de forma imperativa y autoritaria. Tras el fracaso del Sitio de Bilbao, abandonó el mando directo de tropas y se retiró a Francia, donde muere en Enero de 1876. 

General D. Ramón Nouvilas y Rafols (Castellón de Ampurias, 08/12/1812 – Madrid, 30/05/1880) Militar de alto prestigio y con una carrera meteórica en la que ostentó importantes cargos de responsabilidad, su compromiso político con el movimiento republicano le ha condenado prácticamente al olvido histórico. Cadete en el Regimiento de Bailén en 1829, participa activamente en el Ejército del Norte durante la 1ª Guerra Carlista, bajo los mandos de Lorenzo, Oraa, Córdova y Espartero. Organizó y comandó la Compañía de Guías que serviría de base para la creación del Regimiento de Luchana, bajo las órdenes de aquel. Durante la Guerra es distinguido con dos cruces laureadas de San Fernando. Terminada la guerra, toma parte en los sucesos de 1841, se exilia tras el fracaso de golpe a Portugal, Francia e Inglaterra. Regresa en 1843 y es nombrado Inspector General de la Milicia Nacional. Ascendido a Coronel, ostenta el mando del Regimiento de Castilla. En 1847 se le asciende a Brigadier y se confiere el mano de la 1ª Brigada Ligera del Ejército de Cataluña, combatiendo contra los matiners carlistas. Derrota en enero de 1849 a Cabrera en Pasteral, obligando a éste a cruzar la frontera con el resto de sus fuerzas, y dando fin a la guerra. Es uno de los grandes teóricos militares del Siglo XIX con sus artículos en dicha materia en El Honor, La Gaceta Militar y La Iberia, publica así mismo dos destacables trabajos académicos: Táctica General de Infantería en 1860, y Servicio de tropas ligeras en campaña en 1869. Tras participar en diversas conspiraciones y sufrir diversos destierros, es nombrado capitán General de Andalucía, levantando a todas las fuerzas que guarnecían en ese territorio y poniéndolas a disposición del Duque de la Torre en la Revolución de 1868. Tras pasar por la Capitanía General de Cataluña, se presenta a las elecciones para las Cortes republicanas como senador por Murcia en 1871. Sigue carrera política en distintas legislaturas, pero cuando se proclama la República es nombrado en Abril Comandante General del Ejército del Norte. Nombrado en Mayo Ministro de la Guerra, pone su cargo a disposición del gobierno, tras la acción de Eraul. Poco o nada pudo hacer Nouvilas como jefe de dicha fuerza, habiendo sido muy criticado su mando, a pesar de no ostentarlo más de tres meses, y de poder influir muy poco, por tanto, en las condiciones de la contienda. Como hemos dicho, se vio acuciado por la falta de financiación y por la baja moral de las fuerzas que comandaba, a pesar de que dirigió personalmente algunas columnas perseguidoras. Apreciado por sus subordinados a pesar de que la mala suerte le siguió durante la guerra, era un hombre metódico, humilde, y de fuertes convicciones que le llevaron a dimitir de su cargo y de todas sus responsabilidades políticas ante el desamparo en el que consideraba que el Gobierno había dejado a sus hombres. El Gobierno le encomendó la presidencia del Consejo Supremo de Guerra, dimitiendo del mismo al ser contrario al Golpe de Estado de Sagunto. Tras la Restauración, fue hecho prisionero y desterrado a Canarias. Levantado el destierro por Martínez Campos en 1879, falleció poco después en Madrid, donde estableció su residencia.

 Coronel D. Colomán Castañón y Acevedo. Pocos datos se conocen de quien ejerciera el mando de la fuerza republicana en Udabe. Fue Comandante efectivo del 1º Batallón del Regimiento de Sevilla, antes del estallido de la guerra. Con la llegada del conflicto, dicho regimiento fue destinado al Norte, y fue disgregado en diversas columnas y guarniciones, lo que afectó a la moral de una unidad veterana y combativa como era Sevilla. Castañón no fue menos efectivo que otros mandos militares gubernamentales. Le tocó luchar en un ejército mal y poco equipado, y en el que había pocas unidades veteranas, y que por su carácter regular, era poco apto para ejercer las labores casi policiales que requerían los primeros momentos de la guerra. Castañón siguió al mando de fuerzas tras la derrota de Udabe y haber curado de las heridas sufridas en la misma.

 Udabe, 26 de Junio de 1873. 

Carabineros gubernamentales 1873
Tras una agotadora marcha por Alava bajo una densa tormenta de agua que duró varios días, y en la que los batallones perderían hombres y pertrechos, Dorregaray vuelve a Zudaire el 23 de Junio. Es probable que, en esa fecha Elío mandara llamar al Batallón de Azpeitia de Lizárraga y al 4º de Navarra para que se uniera a su columna, bastante desgastada por aquella marcha. El 24 cruzaron de nuevo la Sierra de Andia hasta Ulzurrun, donde pernoctaron, y con intención de entrar en Baztán. Pero, para ello, era necesario desarticular el fuerte Irurtzun, defendido por 100 carabineros, dado que por su situación, bloqueaba los accesos más rápidos a Alava y Gipuzkoa de forma simultánea, dificultando la comunicación con dichos territorios, y facilitando los movimientos de las columnas liberales en el Noroeste de Navarra, y su traslado entre ambos territorios. El 25, los tres batallones navarros cercaron la población y situaron la pieza de artillería frente a la casa fortificada donde se refugiaba la guarnición. Tras algunos disparos, la fuerza sitiada se rindió, probablemente por desconocer que las columnas republicanas de Portilla, el propio Nouvilas y Castañón se encontraban a pocas horas de la zona, siendo esta última la más cercana. El fuerte fue destruido y los atacantes se incautaron de más de cien fusiles, recambios y munición, que fueron trasladados al Baztán para ayudar a armar el 5º de Navarra. Los oficiales prisioneros fueron puestos en libertad bajo palabra. La tropa que no quiso pasarse al bando enemigo, fue escoltada hasta la frontera francesa, donde fue puesta, así mismo, en libertad.
Esta pequeña victoria reforzó el espíritu de la tropa que se fue a pernoctar a Lekunberri y Baraibar, mientras la columna Castañón llegaba Irurtzun, tras haber cruzado las Amezcoas, con pocas horas de diferencia y dispuesta a contraatacar al día siguiente. Recordemos que Castañón tampoco había llegado a tiempo de socorrer a la Columna Navarro en Eraul en Mayo, la unidad con la que solía combinar sus movimientos, y es bastante probable que quisiera desquitarse evitando al enemigo el refugio del Baztán. Mientras, Portilla con su unidad, alcanzaba Etxarri-Aranaz, donde, a su vez, pernoctaba, y por el lado carlista alcanzaban Baraibar el 4º de Navarra y el Batallón de de Azpeitia con Lizárraga a la cabeza. Es indudable que el movimiento de flanqueo de Castañón el día 26 de Junio a través de Oskotz, con un desvío de varios kilómetros sobre las posiciones legitimistas, estaba destinado a bloquear el camino del Baztán al Ejército Real y provocar el enfrentamiento, esperando que el Brigadier Portilla tomara a Elío por la retaguardia. Pero, como ocurriera con Navarro en la acción de Eraul, la falta de información sobre la verdadera posición del enemigo, su número y estado de su moral, le hizo caer en la trampa dispuesta por éste como ocurriera en aquella acción. Efectivamente, es bastante probable que decidiera el enfrentamiento para que Portilla ejerciera la función de yunque mientras sus batallones golpeaban el frontal de Elío. Pero, una vez más, la coordinación republicana dejó mucho que desear, avocando al coronel republicano a un combate brutal en gran inferioridad de condiciones.
A las seis de la mañana la columna republicana sale de Irurtzun. Esta compuesta por un Batallón del

Artilleria republicana 1873
Regimiento de Tetuán, otro del de Cantabria, Batallón de Cazadores de Puerto Rico, dos compañías de carabineros, una sección de caballería de Lanceros de Villaviciosa que conformaba la escolta, y una sección de artillería. Una vez más hay discrepancias sobre el número de hombres que componían la columna. Los historiadores liberales hablan de en torno a 1.200 hombres. Algunos corresponsales de periódicos contemporáneos a la acción elevan su número a 1.600 plazas. Teniendo en cuenta que sobre el papel, un batallón del Ejército Español del periodo se componía de 900 plazas, y en campaña alcanzaba entre 600 y 700 hombres, creo que la cifra dada por los periodistas es más aproximada a la realidad.
Elío y Dorregaray resuelven durante la madrugada del 26 atraer a la fuerza republicana a un dispositivo de pinza, situando un señuelo compuesto por los batallones 1º y 3º de Navarra, bajo el mando del Brigadier Ollo y la pequeña sección de artillería. La idea es situarse a retaguardia del avance republicano para atraer al combate a Castañón. Mientras, el 2º, 4º de Navarra, el Batallòn de Azpeitia y la Escolta del General esperarían en Lekunberri a que se trabara combate para atacar por el flanco derecho a la tropa republicana.
También hay discrepancia sobre el número de fuerzas carlistas participantes en la acción. Los historiadores liberales contemporáneos hablan de un total entre los 4.000 y 5.000 combatientes. Y así ha sido asumido por muchos historiadores cercanos al carlismo. Antonio Hernando, miembro del E.M. de Lizárraga y testigo ocular de los hechos, habla de una importante superioridad carlista, sin especificar cantidades. Sin embargo, se tiene un conocimiento cercano del grado de integridad de los batallones navarros a primeros de Julio de ese año, poco después de Udabe. El 1º de Navarra era el único batallón que contaba con la totalidad de sus efectivos. El 2º y 3º contaban con unas 600 plazas aproximadamente, lo mismo que el 2º de Guipúzcoa. El 4º no alcanzaba las 500 plazas. A dichas cantidades habría que añadir las bajas en Udabe, y restar las indeterminadas sufridas en Metauten y la dura marcha posterior. Es probable que el ejército carlista sumara aquel día en torno a 3.200 hombres.
 Ollo sitúa sus unidades en una loma de pastos y bosques al Sureste de los Altos de San Miguel, junto a las poblaciones de Udabe y Urritza, y con el río Larraun a su espalda, si bien manteniendo la carretera de Lekunberri a Irurtzun a retaguardia para facilitar una posible retirada. Situó ambas unidades en línea y formación de batalla, con despliegue de guerrillas en vanguardia. Mientras, Elío y Dorregaray esperan con el resto de los efectivos en el frontón que conforma uno de los laterales de la iglesia de Lekunberri.
Croquis de la Accion de Udabe.
Leyenda: Verde-Batallones Carlistas
Rojo-Unidades Republicanas
En la actualidad el escenario de la batalla se mantiene prácticamente invariado, por lo que es fácil seguir las diversas incidencias sobre el terreno. Se caracteriza por amplias extensiones de cultivos y prados, enmarcado en densos bosques que cubren suaves laderas. Aquel terreno despejado contribuyó al encarnizamiento del combate que se iba a suceder, que iba a generar mayores bajas que el de Eraul. Cuando Castañón llega a Muskiz tiene conocimiento de que hay fuerzas enemigas a su retaguardia, hacia Lekunberri. Allí inicia contramarcha por Oskotz y Etxalar, hasta rebasar Beramendi. Allí, en las suaves alturas que lindan por el noroeste con la pequeña población de Udabe, divisa los batallones de Ollo que se encuentran en formación y desplegadas las guerrillas. Castañón disgrega cuatro compañías del batallón de Cantabria y sitúa una pieza de su sección de artillería en su flanco izquierdo contra una posible carga de Ollo.
Los primeros disparos se realizan hacia el medio día. La defensa activa realizada por los soldados del Batallón de Cantabria, hace que las guerrillas carlistas retrocedan hacia sus unidades originarias. De cara a evitar ser copado por la fuerza enemiga refugiada en Lekunberri, Castañón dirige su flanco derecho hacia la población de Arruitz, con el Batallón de Puerto Rico y una compañía de carabineros en vanguardia. Tetuán, dos compañías de Cantabria y otra de carabineros quedan en el centro del dispositivo, como reserva para taponar las brechas que se puedan producir en el mismo.
 Este movimiento es detectado por Ollo, que envía un mensajero para que informe a Elío de los movimientos republicanos. Las fuerzas que esperan en Lekunberri creen que aquel ha batido a la columna enemiga y que no tendrán que intervenir en el combate, cuando llega el mensajero con noticias del amago enemigo. Si los republicanos toman Arruitz, las dos alas de la “división” navarra no podrán unir sus flancos, desmantelándose el plan carlista. Los batallones de Elío se lanzan a paso de carga hacia la población amenazada y la rebasan unos dos kilómetros. Frente a ellos en los altos despejados del norte de Udabe, descubren las líneas republicanas que rompen el fuego de artillería con las dos piezas que apoyan el flanco derecho gubernamental. Las tropas de Elío se despliegan bajo el fuego. En vanguardia el Batallón de Azpeitia, bajo el mando de Lizárraga, y dos compañías del 2º de Navarra a su izquierda, dirigidos por Rada. Como reserva, en segunda línea, quedan cuatro compañías del 2º de Navarra y el 4º, que entra en combate por primera vez.
Las unidades carlistas avanzan por las suaves laderas hacia la cima en la que les espera la columna de

Teniente Infantería Carlista 1873
Castañón. Lo hacen bajo un nutrido fuego de fusilería y artillería y en campo descubierto. Son las dos y media de la tarde. A medida que arrecian las descargas, el avance en columna cerrada de los carlistas va perdiendo cohesión, y se detiene cerca de la cima para iniciar un paulatino retroceso, aunque manteniendo el orden. Se ordena al 4º de Navarra avanzar, para sostener la línea legitimista, mientras el de Azpeitia se reorganiza a retaguardia. El bisoño batallón navarro recibe el impacto de varias compactas descargas del Batallón de Puerto Rico y de las dos compañías de Cantabria que habían pasado de la reserva a reforzar el flanco derecho republicano. El 4º de Navarra pierde fuerza e inicia la retirada, para dispersarse a los pocos pasos y volver en desbandada a las posiciones iniciales.
 El fuego de artillería y fusilería hiere a varios oficiales del Estado Mayor de Elío, que se encuentran cerca de la vanguardia carlista. En ese instante, el conde de Caltavuturo, Don Carlos Caro, del Estado Mayor de Elío, hermano del Marqués de Medina Sidonia, una de las figuras más románticas del carlismo y amigo personal del ideólogo Aparisi y Guijarro, desmonta de su caballo, toma un fusil y e intenta contener la huida, reuniendo a algunos dispersos para prevenir un posible contraataque. Este acto le costará la vida, al ser herido en el pecho por una bala enemiga.
 Mientras, en el flanco izquierdo republicano, las cuatro compañías cántabras empiezan a ceder ante la presión del 1º y 3º de Navarra que van cerrando la línea carlista, hasta conformar un frente continuado.
La Acción de Udabe se prodigó en combates cuerpo a cuerpo por la falta de municiones
Castañón ordena a cuatro compañías del Batallón de Tetuán que refuercen el sector, pero inician una retirada paulatina y ordenada, conteniendo las sucesivas cargas a la bayoneta que lanza el enemigo. El 3º de Navarra une su flanco izquierdo al derecho del batallón guipuzcoano, al tiempo que el 4º, desbandado, pasa a través de sus líneas. A partir de entonces, la presión se generaliza en todo el frente. Lerga, Comandante del 3º de Navarra ordena una nueva carga a la bayoneta, que recibe el Batallón de Puerto Rico. Se rompe la línea republicana y su artillería queda al descubierto. Castañón ordena que ésta se retire, al tiempo que dirige a las dos compañías de Tetuán que quedaban de reserva, que cierren la brecha. Algunos hombres del 3º llegan hasta la piezas de artillería. Matan el mulo que lleva una cureña y se hacen con ella, pero el capitán del batallón de Puerto Rico, Pedro Marín, y dieciséis hombres ayudan a los artilleros y consiguen salvar la pieza. El 3º de Navarra se retira a posiciones iniciales para reorganizarse.
Teniente Infanteria Republicana 1873
El contraataque de Tetuán contiene el ímpetu carlista, pero Castañón tiene empeñadas en combate todas sus fuerzas. Tan solo le queda en reserva medio escuadrón de caballería, que es golpeado ocasionalmente por la única pieza de artillería del enemigo, que no se ha movido de su posición original. Tras varias horas de fuego continuado y concentrado, empiezan a escasear las municiones en las tropas republicanas. Pero el empuje enemigo no cesa.
 El 4º de Navarra, de nuevo cohesionado, toma posiciones junto al de Azpeitia en el hueco dejado por el 3º. A la izquierda del guipuzcoano se realinea el 2º de Navarra al completo. Se ordena una nueva carga a la bayoneta en toda la línea izquierda carlista. El Coronel Aspiazu, comandante del 4º, se sitúa al frente de su unidad para evitar que esta se quiebre una vez más. La carga se lanza en una suave ladera de campos de cultivo, una vez más, al descubierto. La recibe una mezcla de compañías de Tetuán, Cantabria y Puerto Rico con impávida serenidad, según todos los historiadores. Se abre un denso fuego de fusilería y metralla a corta distancia que abre profundos huecos en los batallones carlistas. A pesar de ello, estos continúan el avance. Azpiazu cae acribillado al frente de su batallón. Son heridos de gravedad varios oficiales superiores que dirigían esta carga que consideran decisiva. Sin embargo, los legitimistas llegan con ímpetu a cruzar las bayonetas con las fuerzas republicanas, rompen su línea y algunos soldados del 2º Batallón de Navarra, bajo las órdenes de los sargentos Echondo e Illeras toman una de las piezas de artillería de Castañón, que no dio tiempo a desmontar y cargar en mulos. Lizárraga ordena al Coronel Ichazo que destacando cuatro compañías de Azpeitia intente flanquear por su derecha una de las brechas, para evitar la retirada de parte de las fuerzas republicanas a Udabe. Pero el movimiento no llega a completarse.
La confusión en esos instantes del combate es casi absoluta. Castañón ordena una retirada escalonada de la infantería, y un contraataque de la sección de caballería de Villaviciosa. Pero ésta ha sido desmoralizada por el fuego de la pieza enemiga y apenas tiene capacidad para amagar algunos movimientos por el flanco. Poco después se une a la retirada. Poco a poco, y bajo la presión carlista, la retirada republicana se convierte en absoluta desbandada. La mayor parte de sus fuerzas se dirigen disgregadas y en estado de confusión hacia Udabe, donde se refugian en las casas de la población. El Coronel republicano es herido mientras logra mantener una frágil línea de defensa, que se retira gradualmente hacia la venta de Latasa. La Escolta del
La caballeria de Sanjurjo acosa a la infanteria republicana en desbandada
General, que conforma la caballería carlista, bajo las órdenes del Teniente Coronel Justo Sanjurjo, entra finalmente en combate para perseguir a los fugitivos, pero aquel es herido mortalmente por el fuego enemigo a la entrada de Udabe. Sanjurjo era el padre del que sería, en el futuro, el famoso general africanista José Sanjurjo, Marqués del Rif. También participa en la persecución el 2º de Navarra encabezado por el Coronel Rada. Su montura cae herida bajo el fuego, pero continúa a pie hasta adentrarse en la población, cayendo a su vez herido de bala en una pierna mientras, intentaba asaltar una de las casas en las que se refugiaban restos de fuerzas enemigas.
Enterado de la ruptura del combate, el General Nouvilas intenta alcanzar con su columna a Castañón, para apoyarle. Pero tarda tres horas en llegar al lugar de la acción desde Munárriz, y no puede si no a evitar que se consume el cerco de la tropa fugitiva en Udabe y en los caseríos adyacentes. Su marcha es obstaculizada por la destrucción de los puentes que él mismo había ordenado cortar para obstaculizar el movimiento de las partidas insurgentes. A la llegada del general en jefe del Ejército de Operaciones del Norte, las fuerzas de Elío habían vuelto a Lekunberri, de donde salieron al día siguiente, perseguidos por el propio Nouvilas y Portilla.

Tras la Batalla

Ambas fuerzas sufrieron importantes perdidas, siendo especialmente sensibles las padecidas entre la oficialidad carlista, que dirigía siempre en vanguardia para enardecer a sus tropas. Los republicanos perdieron 215 hombres entre muertos, heridos y prisioneros. Los carlistas reconocieron 180 bajas. Con la retirada de Elío tras la batalla, sus heridos fueron dejados en Lekunberri, donde fueron atendidos por los equipos médicos de las columna republicanas cuando llegaron a la zona, así como dispositivos de voluntarios de la Cruz Roja de Pamplona, quienes recuperaron los cadáveres del campo de batalla y trasladaron a los heridos de ambos bandos a los hospitales de la capital. Durante el trayecto del convoy médico, son de
Conde de Caltavuturo. Muerto de sus heridas
a los pocos días de Udabe
destacar los cuidados y atenciones que prodigó la población civil a todos los heridos.
De hecho, la batalla se caracterizó, a diferencia de futuros y pasados combates, por la caballerosidad y respeto con la que se trataron mutuamente ambos bandos a pesar de la crudeza y encarnizamiento de la lucha. Carlos Caro, Viñalet, hijo del Vice Almirante del mismo nombre, que habría de ser ministro del gobierno de Carlos VII, Azpiazu, y otros oficiales heridos fueron atendidos con gran consideración hasta el instante de su fallecimiento, días después.
Se produjeron también gestos de apoyo y ayuda indistintos entre los soldados. Los carlistas se hicieron con cien fusiles, una pieza de montaña completa y la cureña de otra, y los bagajes de la columna, entre ellos el equipaje del Coronel Castañón. Como en el mismo, se contaba correspondencia personal del coronel, ésta fue devuelta a su titular por el General Elío. El cañón fue entregado al Batallón de Azpeitia, naciendo así la artillería guipuzcoana. Durante días, el Gobierno de la República intentó ocultar a la opinión pública la derrota de Udabe, la cual llegaron a intentar vestir de victoria. Pero fueron los corresponsales de los periódicos afines al mismo, quienes sacaron a la luz la realidad de la misma. El golpe moral y propagandístico para el régimen fue importante, más allá de la propia importancia secundaria de la acción en sí. La sociedad tuvo conocimiento de la escasez de recursos con los que tenía que combatir el Ejército gubernamental, y de las continuas quejas de sus mandos al respecto.
El impacto se profundizó con la derrota de Alpens en Cataluña, a los pocos días, en la que habría de morir, además, uno de los generales de brigada que apoyaban más abiertamente al Régimen republicano: Cabrinetty.

Conclusión.

 A pesar de que Nouvilas intentó compensarla, durante los siguientes días, con una activa persecución de las fuerzas alzadas, en esta acción la guerra toma un giro definitivo a favor de los partidarios de Don Carlos, quienes asumirán a partir de entonces la iniciativa estratégica en el Norte hasta los primeros meses de 1874. La caída de Puente la Reina, Estella, y las acciones de Dicastillo y Allo, acreditarían que el conflicto alcanzaba la dimensión de guerra civil convencional, que se confirmaría en Montejurra. Que era pues necesario un Ejército convencional conformado de divisiones y cuerpos de Ejército, y no pequeñas columnas, para derrotar a las fuerzas carlistas. Este convencimiento tardaría meses en dar resultados efectivos.
Por otro lado, a pesar de la victoria, seguían evidenciándose las debilidades del Ejército de Don Carlos. Sus limitados medios derivaban en las brutales cargas a la bayoneta al “estilo Radica” cuando las municiones empezaban a escasear, con las pérdidas que implicaban. El empeño heroico de muchos mandos por combatir al frente de sus unidades, enardecía a sus hombres, pero provocaba a su vez un desproporcionado número de bajas entre los mismos. Por otro lado, dichos mandos seguían confiando más en el espíritu de lucha de sus soldados que en el desarrollo de tácticas menos sacrificadas y más efectivas. Tan solo algunos de estos problemas habrían de resolverse a lo largo de la guerra, otros se agravarían y motivarían la derrota final de los legitimistas.


Bibliografía
La Campaña Carlista. 1872-1876 Aut.: Francisco Hernando. Ed.: Jouby y Roger Editores. París. 1877.
Campaña del Norte 1873-1876 Aut.: Antonio Brea. Ed. Biblioteca Popular Carlista. Barcelona. 1897.
Príncipe Heroico y Soldados Leales. Aut.: Reynaldo Brea.Ed. Biblioteca Popular Carlista. Barcelona. 1910.
Cruzados Modernos. Aut.: Reynaldo Brea.Ed. Biblioteca Popular Carlista. Barcelona. 1918.
Victorias de Carlos VII. Aut.: Reynaldo Brea.Ed. Biblioteca Popular Carlista. Valencia. S/A
Historia Contemporánea. Vol.4º Aut.: Antonio Pirala. Ed.: Impr. Manuel Tello. Madrid 1877.
Narración Militar de la Guerra Carlista de 1869 a 1876. Vol II Aut.: Estado Mayor del Ejército. Ed.: Imprenta del Depósito de Guerra. Madrid. 1884.

Historia del Tradicionalismo Español. Vol 24. Aut. Melchor Ferrer. Ed.: Trajano. Sevilla 1958.
La Tercera Guerra Carlista 1869-1876. Aut.: Jose M. Rodríguez Gómez. Ed.: Almena. Madrid 2004.
La Tercera Guerra Carlista 1872-1876. Aut.: Cesar Alcalá. Ed.: Ristre. 2003
La Segunda Guerra Carlista en el Norte (1872-1876): Los ejércitos contendientes. Aut.: Juan Pardo San Gil

- La Tercera Guerra Carlista 1872-1876 . Aut.: César Alcalá. Ed: Grupo Medusa.2003.
- Historia Fotográfica de la 3ª Guerra Carlista.(1872-1876) Aut.: Juan Pardo y Juantxo Egaña. Ed.: Txertoa. 2010
- Periodicos: La Esperanza, La Correspondencia de España, La Epoca, La Discusión, La Iberia.

Los derechos que puedan estar vigentes de todas las ilustraciones aparecidas en el artículo, pertenecen a sus autores, y se colocan como complemento informativo del presente artículo. Si alguno de los autores no deseara que obraran en el mismo se procederá a su retirada. Muchas gracias.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

LA ULTIMA CARLISTADA EN EL VALLE DE TOBALINA (NORTE DE BURGOS)


Guerrillero carlista leonés Angel San Román 1869
Aunque para los historiadores, la última Guerra Carlista (1872-1876) tuvo menor repercusión en Castilla que la precedente, no deja de ser cierto que tuvo un formidable impacto en el Norte de Burgos, y por tanto en los Valles de Mena, Losa, Tobalina, y toda la cuenca Norte del Ebro. Si bien, el territorio controlado por las tropas del pretendiente se estableció sobre todo en el País Vasco y Navarra, en el Proto-Estado creado por Carlos VII durante el conflicto se fundaron administraciones fijas que se establecieron con una cierta estabilidad en representación de la zona castellana, que gestionaban la actividad bélica en el territorio.
Así, en el 1874, en el periodo de máxima expansión de las fuerzas carlistas, éstas llegaron a establecer su Real Junta de Castilla en Medina de Pomar, bajo la presidencia del Excmo. D. Eugenio Albarellos. Sin embargo, la imposibilidad de mantener la seguridad de dicha administración por no haber fuerzas suficientes para sostener el territorio circundante, hizo que la misma se trasladara al poco a Orduña, donde mantuvo su sede hasta Febrero de 1876, fecha en la que terminó la guerra.
La pérdida de Medina no evitó, sin embargo, que el conflicto continuara por los valles mencionados, sobre todo por la proximidad del frente, constituyendo los mismos una verdadera retaguardia del Ejército gubernamental. Las acciones que se desarrollaron desde el traslado de la Junta a Vizcaya, fueron fundamentalmente incursiones sorpresivas (hoy las llamaríamos “operaciones de comandos”) en poblaciones sin guarnición, o atacando aislados destacamentos enemigos, y llevadas a cabo por pequeñas partidas. Sus misiones eran las de hostilizar los convoyes de suministros o de contribuciones del enemigo, hacerse con fondos municipales que eran enviados a la Junta para la financiación del ejército, el sabotaje de instalaciones de retaguardia (ferrocarriles y telégrafos) o la saca de mozos de los pueblos, que eran escoltados hasta el campo carlista para incorporarse a filas.
La Guardia Civil combatió a las guerrillas carlistas en retaguardia
Especial relevancia adquirieron las partidas de Sebastián Campos, Ruperto Blanco y Manuel Arce. Su actividad por la zona fue tal, que se creó una columna de operaciones en el Valle de Tobalina, dirigida por el comandante de la Guardia Civil Juan María Honorato, conformada por dos compañías del Regimiento de Zaragoza, una compañía de la Guardia Civil y un escuadrón de Albuera, destinada a contener sus ataques. Esta unidad tenía el apoyo ocasional de la contraguerrilla del Capitán Gordejuela, centrada en Villarcayo. Una considerable fuerza de retaguardia, por tanto que, ocasionalmente, se acantonaba en Frías, que acredita la importancia de la insurgencia.
Mayor relevancia tuvo el Capitán carlista Benito Vitores Pérez, originario de San Asensio (La Rioja), pero residente en Miranda de Ebro, el cual, tras haber realizado actividades como agente carlista en Vitoria al comienzo de la guerra, combatió en las unidades regulares de la División de Castilla en la Batalla de Montejurra y en el Sitio de Bilbao. Finalmente, desarrolló numerosas operaciones de infiltración de gran impacto, como la destrucción de cuatro locomotoras en la estación de Miranda de Ebro, la toma de Belorado (Sep. 1874), la acción de Puente Pangua (Oct 1874) o la destrucción de 10 kilómetros de instalaciones de las telegráficas que comunicaban  Medina de Pomar y Madrid (Sept 1875), corte que efectuó en el trayecto que las mismas tenían por el valle de Tobalina. Siempre atacando desde territorio carlista, y haciendo uso frecuente del vado de Tobalinilla, fue condecorado por Dorregaray, por la eficacia magistral de sus operaciones. Sin embargo, sufrió algunos reveses de importancia, como en la acción empeñada ante el Capitán Gordejuela en Octubre de 1875, y en Trespaderne en Noviembre de 1875, cuando la guerra daba sus últimos coletazos.
Guerrillero carlista mirandés Vitores Pérez
Los estertores finales de la misma se vivieron en Tobalina cuando el comandante Honorato aniquilaba prácticamente a las partidas de Campos, Arce y Blanco en la acción de Herrán en Enero de 1876, en la que murió el primer cabecilla. Comunicaciones internas del ejército alfonsino hablan de que las que fueran flamantes compañías castellanas, no eran ya si no grupos de hombres enfermos, hambrientos y apenas armados. Por su lado, Vitores se integró de nuevo con en el ejército regular carlista, participando en la defensa de la Peña de Orduña contra el avance del General liberal Quesada en Enero de 1876, y exiliándose a Francia con los batallones castellanos que escoltaron a Carlos VII cuando cruzó la frontera.


Jose Ignacio Martínez Ruiz






Bibliografía: 
- El Valle de Tobalina. Aut.: Inocencio Cadiñanos Bardeci. Ed.: Ayuntamiento del  Valle de Tobalina. 1986.
- Narración Militar de la Guerra Carlista 1869-1876. Aut. y Ed: Cuerpo de Estado Mayor del Ejército. 1884.
- Hechos del valiente gerrillero D. Benito Vitores Pérez. Aut.: D. Robustiano Bustamente y Peña. Ed.: Imprenta de Agapito y cía. Burgos 1892.




jueves, 22 de noviembre de 2012

ERAUL, NAVARRA, 5 DE MAYO DE 1873. La guerra cambia de forma.



Guerrillero carlista 1873 .- Fuente: Album  Siglo XIX
Antecedentes. Incursión en La Rioja y encuentro en Peñacerrada

Tras la derrota de Oroquieta en Mayo de 1872, en la que se dio casi por concluida la rebelión carlista en Navarra, y que arrastró a todo el territorio vasco, el proceso de reestructuración del ejército carlista en la zona fue lento y proceloso.
Mientras en Cataluña se sostenía la guerra a duras penas, en Navarra y las Provincias se trataba de recuperar la iniciativa desde Diciembre mediante el levantamiento de nuevas columnas que, sin armas y con apenas recursos debían mantener en vilo y en confusión a las tropas gubernamentales. La reunión de tales partidas se hacía en torno a los oficiales o jefes que progresivamente volvían desde Francia para reavivar el conflicto, e implicaba un gran esfuerzo para dotarlas de suministros y armamento. Por otro lado, los mandos debían combatir el efecto que producían las continuas órdenes de indulto que ofrecía el gobierno a los alzados desde el convenio de Amorebieta, que propiciaban las deserciones de aquellos ante las continuas marchas y contramarchas sin objeto aparente a las que se veían sometidos.
Don Antonio Dorregaray, el nuevo General en Jefe del Ejército Carlista del Norte, había entrado en España el 17 de Febrero de 1873, y el Brigadier Nicolás Ollo que ostentaba la comandancia general de Navarra, se puso a su disposición en Lecumberri. Se forman allí los dos primeros batallones navarros, el 1º del Rey bajo el mando del Teniente Coronel D. Eusebio Rodríguez y el 2º de la Reina, cuyo comandante es el Teniente Coronel D. Teodoro Rada, el que habría de ser el mítico “Radica”. Así mismo, y con la tropa de caballería reunida, 120 caballos, nacen los dos primeros escuadrones del Regimiento del Rey, bajo el mando del Brigadier Pérula. Empieza así a tomar forma de regularidad el Ejército Carlista.
La misión de Dorregaray era la de coordinar los esfuerzos de la distintas partidas y columnas para lograr una estrategia común, y promover su encuadre en un ejército convencional. Para ello debía enfrentarse a las ya mencionadas dificultades del municionamiento, pero también a los problemas organizativos y de disciplina que generaban muchos jefes de partidas, que se negaban a someterse. La figura más destacable de estos caudillos rebeldes, por lo famosa, fue sin duda la del Cura Santa Cruz.
Por otro lado, el gobierno había desarrollado una estrategia muy semejante a la ya empeñada en los comienzos de la 1ª Guerra Carlista, y que acabaría por dar un resultado semejante, si bien inicialmente sometió a las exiguas partidas carlistas a gran presión. Así, el Ejército de maniobra se distribuyó en pequeñas columnas mixtas, conformadas por uno o dos batallones de infantería, un escuadrón de caballería y, en ocasiones, una sección de artillería de montaña. La combinación de varias de estas columnas ligeras permitía una mayor efectividad en la persecución de las escurridizas partidas, y evitaba las grandes concentraciones del enemigo.
Corneta carlista 1873
A ellas se unían, en las poblaciones estratégicas de paso entre provincias, pequeños destacamentos de infantería, conformados por secciones de infantería y pequeñas unidades de migueletes, somatén, Guardia Civil o Voluntarios de la Libertad, que se combinaban con las columnas o bien evitaban, en casas fortificadas al efecto, que los carlistas se asentaran en ninguna población para aprovisionarse.
Las marchas de Dorregaray a través de Alava, Vizcaya y Guipúzcoa, no provocaron el alzamiento generalizado que se esperaba. Por su lado, el comandante general de Guipúzcoa y la Rioja, el general Lizárraga, acosado por las columnas del Coronel De Cuenca, y General Loma, se veía en la necesidad de unirse a aquel con sus exiguas fuerzas ante la negativa de someterse a su mando por parte de Santa Cruz. Sus tropas se conformaban del incipiente Batallón  de Azpeitia, y la Compañía de Guías de Castilla que no sumaban más de 400 hombres.
Por ello, Dorregaray decide visitar nuevos escenarios donde evitar el copo por parte de las columnas liberales que le persiguen, bajo las órdenes de los Coroneles Costa, Castañón y Navarro, y encontrar nuevos recursos, para lo cual resuelve invadir La Rioja.
Con tal fin, reúne a casi todas sus fuerzas disponibles, y las divide en dos columnas. La primera, una columna volante comandada por Pérula, y compuesta por cuatro compañías del 1º de Navarra y 100 caballos, debe tomar las guarniciones de Briones y Casa la Reina, cobrar una contribución de 8.000 duros por cada población, e incautar suministros y armas. El resto de las tropas bajo el mando del mismo Dorregaray, conquistarán Haro, en donde esperarán a Pérula., volviendo a reunirse la tropa al completo.
La concentración se lleva a efecto en la noche del 1 de Mayo de 1873 en los altos de la Sierra de Toloño, sobre San Vicente de la Sonsierra. Allí se les unen 200 alaveses y riojanos bajo las órdenes del Brigadier Llorente, veterano de la 1ª Guerra Carlista. Pérula con sus escuadrones queda a retaguardia y reúne a duras penas a los rezagados, a punto de desmoronarse, tras días de marchas y contramarchas por la Ribera. Finalmente, a las 11 de la noche consiguen cohesionarse las unidades. Pérula dirige una avanzadilla de 20 hombres de la 4ª compañía del 1º de Navarra y cuatro caballos, que se lanza por la calle Mayor de la población hacia el puente que cruza el Ebro, con idea de tomarlo por sorpresa y permitir el paso del resto de los expedicionarios. Tras él, a cierta distancia, van el resto de las compañías. Cuando llegan a las cercanías de la casa fortificada donde se refugia la guarnición republicana, ésta hace fuego y hiere a algunos hombres, entre ellos el capitán de la 4ª. Pérula sigue a la carrera con sus hombres y cruzan el Ebro, mientras el resto de las fuerzas implicadas retroceden y vuelven a las inmediaciones del Toloño. El grueso de la caballería navarra queda bajo el mando del Marqués de Valdespina.
Al amanecer del 2 de Mayo, Pérula se encuentra en la ribera sur del Ebro con las compañías de infantería que le habían sido asignadas, que habían cruzado el río durante la noche por otro punto más alejado. A oídos de los reunidos, empiezan a escucharse las llamadas del somatén y lejanas cornetas de columnas perseguidoras que llegan desde San Vicente, Briones y otros pueblos cercanos. Reunidos en consejo de oficiales en un viñedo, resuelven adentrarse en territorio riojano en dirección a Burgos. Comienza así la épica marcha de 6 días de Pérula por territorio de La Rioja, Burgos, Alava y Navarra.
Las fuerzas de Dorregaray y el Coronel Costa chocan en Peñacerrada 02/05/ 1873  Fuente Album Siglo XIX
Mientras tanto, Dorregaray con el grueso de las fuerzas, había abandonado el plan inicial y se volvía al Norte en dirección a Peñacerrada, a dónde llega al anochecer del mismo día 2 de Mayo con sus hombres agotados por la brutal marcha. Sin embargo, las avanzadillas carlistas del capitán Balduz habían descubierto en las cercanías a la columna republicana del Coronel Costa que se dirigía al mismo punto, e informaron en varias ocasiones al mando. A pesar de ello, los carlistas no contramarcharon y ambas fuerzas se encontraron y chocaron inopinadamente en el centro de la población. En la confusión que siguió, Dorregaray perdió su equipaje, y sus fuerzas se desbandaron con excepción de la compañía del Capitán Foronda, formada por soldados guipuzcoanos pasados del ejército liberal, que quedó a retaguardia, y que atrincherada en los muros de piedra de la afueras, dirigida por Lizárraga , contuvo la acometida de Costa.
Las fuerzas republicanas reconocieron 1 herido en el combate. Dorregaray, en su diario de campaña, habla de 3 ó 4 bajas propias. Los republicanos aumentan a 8 los muertos carlistas y 7 prisioneros.
Las fuerzas carlistas consiguen concentrarse de nuevo, tras su dispersión, en Lagrán donde pernoctan, y el 3 de Mayo descansan en la Aldea. Allí tiene noticias el General en Jefe carlista de la proximidad de las tres columnas perseguidoras, y se dirige a San Román donde deja para cubrir la retaguardia a media compañía, para permitir la retirada del grueso. A San Román le sigue la columna Castañón, precipitando la huida del grueso del ejército enemigo, y tomando prisionera a la unidad carlista destacada, tras haber presentado ésta ligera resistencia.
Las desmoralizadas fuerzas legitimistas siguen su precipitada marcha por Apellaniz, Virga, Buceti y llegan a media noche a Bostegui y Onraita, donde pernoctan. La Columna Navarro lo hace en Torres, tras cruzar Maeztu en combinación con Castañón. Este, acampa en San Román, y la Columna Costa en Albaina.
Dorregaray se desplaza el 4 de Mayo por Larrona y Eulate, para pernoctar en Galdeano, en dirección al valle de Allín, intentando alejarse del copo de las columnas liberales. Esa misma noche, mientras Navarro volvía a Maeztu para pernoctar, estallaba una crisis entre los mandos legitimistas.
Los hombres estaban agotados y desmoralizados. Numerosos efectivos se habían disgregado del grueso de la columna en  los últimos días. Algunos habían caído prisioneros, otros muchos habían quedado por el camino, rotos de agotamiento. Había secciones enteras que desertaban en pleno. Cuarenta guipuzcoanos habían abandonado el batallón de Lizárraga la noche anterior. Se corre un serio riesgo de que las fuerzas carlistas se disuelvan si no se entra en combate. Sin embargo, no tienen ni armas ni munición para sostenerse ante el ataque de tres columnas que totalizarían cerca de 6 batallones de infantería, más artillería y caballería.

Ejército y mandos carlistas.
En la acción de Eraul estuvieron presentes un buen número de altos mandos del Ejército carlista, cuya formación se encontraba en ciernes, debido a la presencia en la columna navarra del comandante de más alto rango del Ejército del  Norte.
Fuente Album Siglo XIX
D. Antonio Dorregaray y Dominguera, Marqués de Eraúl, General en Jefe del Ejército Carlista del Norte desde el 17 de diciembre de 1872, nació en Ceuta en 1824. A los 12 años de edad figura ya como cadete del Ejército de Carlos V, donde obtiene menciones por su valor. Se acoge al convenio de Vergara en 1839, y combate en 1840 contra el ejército carlista en Cataluña. Valeroso y enérgico, va adquiriendo experiencia militar en la sublevación carlista de 1846, Cuba y, sobre todo, en la Campaña de Marruecos, donde es ascendido a coronel de infantería. Como muchos otros oficiales y soldados carlistas que se acogieron al convenio de Vergara, cuando estalla la revolución de 1868 que destrona a la reina Isabel II, se ve liberado del juramento dado a la soberana, y solicita la licencia absoluta en el ejército para presentarse bajo las órdenes de Carlos VII, quien le nombra Ayudante de Campo. En Marzo de 1871 es nombrado comandante general  del Reino de Valencia, iniciando los trabajos de conspiración en aquella región para el levantamiento carlista. El 22 de Abril de 1872 se alza en armas con una partida de 105 hombres, habiendo fracasado el alzamiento. El 23 es herido en el brazo en la acción de Portaceli. En Septiembre es llamado por Carlos VII para nombrarle Comandante General del Ejército del Norte tras el desastre de Oroquieta.
Fue un exponente más del grave problema que sufrió el Ejército Carlista en la 3ª Guerra: la falta de oficiales superiores y altos mandos profesionales que apoyaran la causa legitimista, motivó que muchos provenientes del Ejército Regular de Isabel II fueran ascendidos a puestos superiores a los correspondientes a su experiencia militar, por la doble motivación del incentivo y de cubrir todos los puestos del escalafón.
Dorregaray se mostró brillante a nivel organizativo al conseguir levantar un ejército  poderoso con los escasos recursos con los que contaba a comienzos de la guerra, o al reorganizar el ejército de Carlos VII en apenas un mes, tras la desastrosa campaña de Bilbao. Pero se veía acometido por la indecisión en momentos en los que podría haber desarrollado una mayor iniciativa, como en la campaña previa a Eraul, o tras la batalla de Abárzuza en 1874, quizá la última gran oportunidad estratégica con la que contó el bando carlista, y que el general no supo, o no pudo aprovechar.
Culto, melómano, de difícil carácter, de absoluta fidelidad a Carlos VII, fue constantemente cuestionado por sus subordinados más inmediatos. El Marqués de Valdespina, su Jefe de Estado Mayor cuando cruzó la frontera, o el Teniente Coronel Carlos  Calderón, su ayudante durante los primeros meses, le criticaban abiertamente desde el comienzo de  la campaña, siendo personas muy cercanas al rey. Por otro lado, su falta de tacto, le hacían ganarse la animadversión de aquellos. Así, en Febrero, en Lecumberri, cuando se le unieron las primeras tropas que comandaba, manifestó en una proclama que en ese momento, con su presencia, empezaba la guerra, en detrimento de los cabecillas que llevaban combatiendo desde Diciembre de 1872.
La herida de bala en su brazo izquierdo sufrida en la acción de Portaceli, pudo influir sin duda en su airado estado de ánimo. La actividad a la que se vio sometido, impidió que se tratara la herida adecuadamente, generándole supuraciones y un intenso dolor, además de la necesidad de llevar siempre el brazo en cabestrillo, requiriendo curas diarias con sangre de cordero.
Sus enfrentamientos con los diversos mandos subordinados, pudo ser una de las causas por las que Carlos VII le diera el mando del Ejército del Centro a mediados de 1874. Mando controvertido que derivó en la instrucción de un Consejo de Guerra para juzgar su actuación, y que fue solicitado por él mismo General.
Marqués de Valdespina

D. Juan Nepomuceno de Orbe, IV Marqués de Valdespina es sin duda una de las figuras militares y políticas emblemáticas del carlismo. Nacido en Ermua en 1819, hijo de D. Jose María de Orbe y Elío, que fuera Mariscal de Campo y Ministro de la Guerra de Carlos V, inició su carrera militar como Ayuda de Campo de su padre durante la 1ª Guerra Carlista, mientras éste ostentaba la Comandancia General de Vizcaya. Participó en diversas acciones de aquella guerra, terminando la misma con el grado de comandante, y habiendo sido condecorado con la Cruz de San Fernando. No habiéndose acogido al Convenio de Vergara, se exilió a Francia participando en las sucesivas conspiraciones y alzamientos carlistas que jalonaron el Siglo XIX. En 1848 fue ascendido a Teniente Coronel y comisionado por el General Alzáa para la formación del 1º Batallón de Guipúzcoa. Fue ascendido a Coronel en 1860 por su participación en los hechos de San Carlos de la Rápita, a Brigadier en 1868, a Mariscal de Campo en 1869, a comandante interino de Vizcaya en 1872. Jefe de Estado Mayor del Ejército del Norte en 1873 en el periodo de la acción de Eraul, tuvo una participación decisiva en la misma. Hombre de confianza de Carlos VII, ostentó posteriormente diversos cargos de alta responsabilidad, entre ellas la Comandancia General de Vizcaya en 1874, y la Dirección de Caballería. En 1875, dirigió la famosa carga de caballería de Lácar. Muy querido por el Rey, respetado y admirado por sus hombres, fue, sin embargo, partícipe de las continuas desavenencias y enfrentamientos que jalonaron los altos mandos del Ejército Carlista desde el comienzo de la guerra, y que fue una de las causas del resultado del conflicto.
Nicolás Ollo

Nicolás Ollo y Vidaurreta, es una de las figuras míticas y, probablemente, de las menos estudiadas del carlismo. Algunos historiadores ven en su biografía ciertos paralelismos con la vida y la maestría en el mando de Zumalacárregui, si bien su actuación fue menos decisiva que la del General del primer conflicto carlista.
Nacido en Ibero, Navarra, en 1816, inició su carrera militar como soldado en el 3º Batallón de Navarra del Ejército Carlista en Abril de 1834, poco después de que aquella unidad quedara prácticamente diezmada en su particular “marcha de la muerte” en Noviembre de 1833.
Herido en la acción del Perdón en Septiembre de 1837, se adhirió al Convenio de Vergara con el grado de alférez, y desde entonces unió su vida militar y política a la figura de Leopoldo O’Donnell. Ascendido a Capitán en 1848, fue destinado al Regimiento de la Princesa, ascendiendo a Comandante en 1856. Combatió con dicha unidad en la Guerra de Africa, siendo ascendido a Teniente Coronel durante la misma.  Pidió el retiro a los dos meses de concluir la misma, cansado del trato injusto en el reparto de condecoraciones, méritos y ascensos. En 1868 se presentó ante el Duque Madrid, y participó en las diversas conspiraciones que se desarrollaron desde entonces en su favor. En Mayo de 1872 fue nombrado jefe de Estado Mayor del Brigadier Carasa. En 1873, fue ascendido a Brigadier por Dorregaray y nombrado comandante general de Navarra. Mariscal de Campo tras la acción de Eraul, se le concedió el título de Conde de Somorrostro, por su mando en dicha batalla.
De carácter modesto y poco expansivo, nunca fue reacio a dar su opinión a sus superiores, aunque no participó jamás en los conflictos y desavenencias que jalonaron el alto mando carlista a lo largo de toda la guerra. Como Zumalacárregui, era contrario al asedio de Bilbao, y como éste murió en acción a las puertas de la villa vizcaína.
Teodoro Rada "Radica"

Teodoro Rada (Radica): Pocos datos se conocen de una de las figuras más queridas del bando carlista. Combatió en su juventud en la filas del Ejército Carlista durante el primer conflicto meses antes del fin de la guerra. Después, acogiéndose al Convenio de Vergara, volvió a su ciudad natal, Tafalla, donde ejerció de albañil, siendo, sin embargo, gran aficionado a la lectura y especialmente a la Historia Militar. En 1872 levantó una partida carlista que se esforzó por organizar como una unidad del ejército regular, conformando el 2º Batallón de Navarra. Campechano, franco, de gran valor, las tropas bajo su mando eran famosas por el ardor de sus cargas a la bayoneta que él mismo dirigía. Previamente a la guerra, perteneció a la escolta de la Reina Dª Margarita que le profesaba gran cariño y respeto. Murió en el sitio de Bilbao, del mismo obús que mató a Ollo.
Antonio Lizarraga

D. Antonio Lizárraga y Esquíroz, nació en Pamplona en 1817, comenzó su carrera militar en el Ejército Carlista durante la 1ª guerra a los 17 años como soldado. Al finalizar la guerra, se acogió al Convenio de Vergara, reconociéndosele el grado de Teniente del Ejército Liberal. Prestó servicio con el Ejército Gubernamental en Cataluña, en 1848, durante la 2ª Guerra Carlista, ascendiendo a Capitán y siendo condecorado con la Cruz de San Fernando de 1ª Clase. Ascendido a Comandante del Batallón de Cazadores de Arapiles en 1860, lo fue a Teniente Coronel en 1866 tras intervenir en la represión del Motín de San Gil. Se opuso a la Revolución de 1868 y se presentó a Carlos VII en 1869, quien le ascendió a Coronel. Perteneció a la Junta de Bayona durante el primer alzamiento de 1872. Ascendido a Brigadier en 1873 por Dorregaray, pasó a Guipúzcoa el 6 de Enero como Comandante General de ese territorio, donde organizó el Batallón de Cazadores de Azpeitia, con el que combatió en Eraul. Su dirección de la guerra en Guipúzcoa motivó su ascenso a Mariscal de Campo y a la condecoración de la Cruz Roja Militar de 1ª Clase en Diciembre de 1873. Sin embargo, sus desavenencias con Dorregaray y el Diputado General de dicho territorio, Dorronsoro, motivaron el que se le nombrara Comandante General de Aragón a principios de 1874. Acusado en ocasiones de excesiva prudencia en la dirección de la guerra, de profunda religiosidad, sus detractores y los panegiristas de Santa Cruz llegaron a manifestar que debió nombrarse al cura para el alto mando de Guipúzcoa, y a Lizárraga su capellán. Fue, sin embargo, un mando efectivo y valiente en la guerra regular, y de absoluta lealtad en las misiones difíciles, casi suicidas, como en la defensa de la Seo de Urgel.

Las fuerzas realistas que combatieron en Eraul, eran unidades aguerridas, pero apenas entrenadas, surgidas de partidas guerrilleras reunidas unos meses antes. Así, En Abárzuza, entre el 22 y 27 de Marzo, Dorregaray había logrado un cierto respiro en sus constantes retiradas, que le permitió la estructuración de dos batallones de infantería y el entrenamiento de las unidades concentradas hasta entonces. Probablemente, fue el único adiestramiento regular que recibieron al inicio de la guerra. La tropa nunca  había combatido en línea hasta esa fecha. Por otro lado, algunas compañías que componían el Batallón de Cazadores de Azpeitia de Lizárraga eran tropas que habían desertado del ejército enemigo, teniendo por tanto una instrucción y disciplina superiores.
Voluntario carlista del E. del Norte 1873
En teoría se trataba de voluntarios, y como tales se les calificaba en los partes y proclamas carlistas. Sin embargo, también es cierto que las instituciones carlistas habían  decretado la movilización general de todos los hombres de edad comprendida entre los 18 y 40 años. Esto conllevaba que muchos de aquellos hombres podían haber sido alistados bajo coacción en aquellas poblaciones en las que las partidas y guerrillas habían entrado. Por otro lado, no cabe duda de que en su gran mayoría se trataba de hombres fuertemente concienciados en los fundamentos políticos y religiosos en los que se basaba el levantamiento, como acredita la fiereza con la que lucharon en esta y en futuras acciones.
Por aquellas fechas, todavía eran unidades apenas equipadas. En la mayor parte de los casos las plazas estaban sin uniformar, y su armamento era bastante heterogéneo. Por otro lado, los batallones 1º y 2º de Navarra habían logrado equiparse de fusiles Remington en casi su totalidad. El 3º todavía se armaría de fusiles Berdam. Sin embargo, es probable que muchos hombres estuvieran armados con escopetas de caza o carabinas de su propiedad, y algunos simplemente con palos. La unidad básica del Ejército carlista, el Batallón, se componía teóricamente de 900 plazas. A pesar de ello, es dudoso que las compañías estuvieran al completo. El periodo de marchas y contramarchas que precedieron a la batalla, la tentación que suponía el indulto a los que entregaran las armas, las bajas sufridas entre heridos y prisioneros en las distintas acciones, reducirían notablemente los efectivos reales.
Así mismo, la caballería carlista, que tan decisiva participación iba a tener en la acción del 5 de Mayo, era un arma netamente en ciernes. Mal uniformada y equipada, apenas adiestrada, había sido creada bajo la iniciativa de Pérula, mediante la requisa de monturas en los pueblos, o bien mediante la aportación de los propios jinetes que se presentaban en la partida de aquel guerrillero. En algunos casos se carecía hasta de sillas montar, y las que había no eran reglamentarias. Sin embargo, contaban con el apoyo de un escuadrón de húsares se había pasado del campo contrario con todo su equipo, poco antes de la batalla.
La valoración numérica de las fuerzas carlistas participantes realizada por los historiadores liberales es, a mi entender notoriamente exagerada. Así, la Narración Militar de la Guerra Carlista, las cifra en 4.000 hombres. Antonio Pirala en La Ilustración Española y Americana, en 3.500. Sin duda, las fuerzas legitimistas superaban a las fuerzas gubernamentales, pero considero más realista la numeración dada por Antonio Brea en el Estandarte Real, de 1.800 efectivos carlistas, dado que, en caso contrario las sucesivas cargas realizadas en la acción por el republicano Coronel Navarro podrían considerarse más un acto de locura que de valor, el cual fue públicamente ponderado por propios y adversarios.
Voluntarios carlistas E. del Norte 1873
En tal sentido, es de destacar que por parte legitimista, en la acción participaron el 1º, 2º y 3º Batallones de Navarra (los dos últimos de reciente formación). A parte de la reducción de fuerzas por los motivos arriba aducidos, hay que recordar que cuatro compañías del Batallón del Rey, 1º de Navarra, se hallaban aisladas con Pérula en Alava. Igualmente reducido se encontraba el Batallón de Cazadores de Azpeitia, 2º de Guipúzcoa, que mandaba el Teniente Coronel Ramón de Inestrilla, bajo las órdenes de Lizárraga, que no alcanzaba las 400 plazas. Así mismo, tuvo una intervención destacada la Compañía de Guías de Castilla, conformada por los primeros voluntarios de esta región, y por oficiales sin mando que combatían como soldados rasos hasta encontrar destino. Combatieron también los alaveses de Llorente. Finalmente, Valdespina comandaba cincuenta jinetes, entre ellos el escuadrón de húsares mencionados, que se había pasado del campo contrario.



Mandos y Ejército Republicano:
Los propios historiadores contemporáneos a la batalla de Eraul, reconocen que hubo causas estructurales en la derrota, que trascendían a la propia iniciativa del Coronel Navarro, sin embargo, éste fue el oficial superior de las unidades republicanas que combatieron en Eraul, y quien dio la orden de ataque a las tropas que comandaba sobre el campo de batalla, sin recibir órdenes superiores.
D. Joaquín Navarro y Fernández: El Coronel de la columna republicana que se enfrentó a los carlistas en Eraúl, pertenecía a la nueva hornada de jóvenes oficiales profesionales surgidos de las modernas teorías militares desarrolladas por el General Concha. De 33 años de edad, era comandante del Cuerpo de Estado Mayor del Ejército, considerado brillante y pundonoroso. Combatió en Cuba, y ganó dos cruces de San Fernando, formando parte del Estado Mayor del Capitán General Marqués de Novaliches, durante la batalla de Alcolea. Fue destinado al Ejército del Norte al producirse el levantamiento carlista, siendo nombrado comandante de la Escolta del Estado Mayor de aquel por el General Pavía, en Marzo de aquel año. Posteriormente, el General Nouvilas, siguiente comandante general de las fuerzas del Norte, le puso al mando de una columna destinada a la persecución de las facciones realistas. Durante aquellas jornadas, se condujo con eficacia y actuó siempre en coordinación con las otras fuerzas amigas con las que combinaba movimientos.
Las unidades que comandaba pertenecían al Ejército de Operaciones del Norte del que se calcula se componía de unos 25.000 efectivos en las fechas en las que se desarrolló la acción, la más potente fuerza bélica de la península por aquella fechas. A pesar del apreciable número de efectivos, es de destacar que se trataba de una fuerza apenas cohesionada, dividida en pequeñas columnas y guarniciones, especialmente destinadas a patrullar las comarcas en las que podrían concentrarse el enemigo, escoltar convoyes de suministros y correos, y proteger depósitos, enlaces ferroviarios y poblaciones para evitar que cayeran en manos carlistas.
Esta dispersión había contribuido a un mayor dominio del territorio, a lo que se añadió el buen estado general de las comunicaciones, y el uso del ferrocarril como recurso para traslado de refuerzos y suministros. Por otro lado, los oficiales del ejército eran todos hombres de academia surgidos de la reforma militar propugnada por el Marqués de Duero, bien formada conforme a criterios educativos de aquel periodo.
Sin embargo, el Ejército gubernamental adolecía de una serie de problemas derivados en gran medida del cambio de régimen. Si bien, y contra todo lo esperado por los legitimistas, el grueso del Ejército se mantuvo fiel al gobierno de la República, la inestabilidad política que devino dañó la moral y la disciplina de la tropa. Muchas unidades destinadas en el Norte parecían cercanas a la sublevación. Poco antes de Eraul, la guarnición de Bilbao se negó a salir de la villa para contener a las guerrillas carlistas, sin haber recibido previamente la paga. En Cataluña, muchos historiadores creen que la muerte del general Cabrinety en la acción de Alpens fue provocada por sus propios hombres.
Columna de tropas republicanas en marcha 1873
La tropa se nutría fundamentalmente del sistema de reclutamiento mediante reemplazos surgida de la Ley de Reclutamiento de 1869. El sistema de la compra de la exclusión por parte de las familias pudientes, hacía del mismo un régimen evidentemente injusto y, por tanto, hacía la llamada a filas algo realmente impopular, sobre todo en las clases más desfavorecidas.

El desmantelamiento de las instituciones centrales motivó que el ejército regular sufriera un cierto caos organizativo. Las unidades estaban incompletas, faltaban municiones, hubo favoritismos de última hora para los puestos de responsabilidad que motivaron repentinos cambios en los mandos superiores del escalafón, lo que dio lugar a reorganizaciones repentinas y mal elaboradas, y a falta de confianza por parte de la tropa.
Por otro lado, en 1873 de forma prácticamente mensual se cambió el responsable del Ministerio del Ejército así como el General en Jefe del Ejército de Operaciones del Norte. De esta forma era materialmente imposible una planificación estratégica de la campaña contra los legitimistas. Ningún mando superior estaba el tiempo suficiente en el cargo como para influir con sus disposiciones en el refrenamiento del levantamiento. Los mandos previos a Pavía intentaron coordinar el movimiento de sus columnas de patrulla aprovechando el telégrafo, pero los rápidos movimientos de las partidas carlistas hacía que las órdenes surgidas del centro de mando quedaran obsoletas casi de forma inmediata.
Por tal motivo, Pavía, que tomó el mando en Marzo de 1873, había conferido una autonomía de mando a las columnas que patrullaban y perseguían a las partidas carlistas, siempre y cuando maniobraran en coordinación con otras unidades de cara a un objetivo definido. Dicha disposición fue confirmada por el siguiente general al mando, Nouvilas, llegado en Abril de 1873, y permitía un desarrollo más realista de los movimientos de las pequeñas unidades conforme a las necesidades del momento, como acredita el acoso al que sometieron a las fuerzas de Dorregaray en Abril de 1873, si bien no posibilitó una concepción estratégica de conjunto.
Cuando se produjo la derrota de Eraul, el Ejercito de Operaciones estaba sin mando superior, dado que el General Nouvilas había sido llamado a Madrid para ocupar el puesto de Ministro de Guerra, sin que se nombrara un mando interino. Sin duda, esto contribuyó en gran medida a la misma al no poder contar los comandantes de columna con un oficial superior que autorizara el ataque o el empeño del combate.
La infantería republicana era heredera de una sucesión de reformas estructurales derivadas de la Revolución de 1868. los Regimientos se componían de dos batallones de seis compañías de 150 hombres cada uno, lo que motivo la reducción de su potencia efectiva en un tercio. Cada Regimiento por tanto contaba con unos efectivos teóricos de 1800 hombres. Si bien, en campaña, las columnas republicanas tenían diversa formación pudiendo componerse de compañías o batallones de distintos regimientos.
Infantería Republicana en campaña 1873
Esencialmente, la infantería se dividía en unidades de cazadores, o infantería ligera, e infantería de línea. La primera se trataba de unidades de especial veteranía, conformada especialmente por fuerzas regulares. Su equipamiento era semejante. Ros, casaca azul, o capote en invierno, y pantalón rojo, complementado por una manta cruzada sobre el hombro. En 1871 se había impuesto como arma básica reglamentaria el fúsil Remington, de retrocarga y cartucho metálico, que sustituyó al Berdam.
Navarro contaba en su columna con un batallón de Cazadores mandado por el Comandante Braulio García del Regimiento de Sevilla, con el Comandante Valles como segundo, cuyo superior era el Teniente Coronel Martínez, que también participó en la batalla. Un Batallón de Barbastro, “cuya disciplina dejaba mucho que desear”, dirigido por el Comandante Batllé . Así mismo, combatieron como infantería dos compañías, 1ª y 6ª, del 3º Regimiento de Ingenieros, comandados por el Teniente Coronel Acellana.
Lanceros de Villaviciosa 1873
La caballería en aquel periodo se componía de tres tipos de unidades: Lanceros, Cazadores y Húsares. En 1873, su presencia en el Ejército de Operaciones del Norte fue meramente testimonial, y fue destinada especialmente a labores de escolta, correo y reconocimiento, casi siempre en pequeñas unidades, debido a que la naturaleza del terreno en el que se desarrolló aquella parte de la guerra, no permitía el uso de grandes masas de este arma. Navarro contó en Eraul con una sección del Regimiento de Lanceros de Villaviciosa, cuyo comportamiento fue igualmente dudoso, contando con unos cuarenta jinetes.
El jefe republicano contaba también con el apoyo de una sección de dos piezas de artillería Krupp. La artillería republicana fue el arma del Ejército que sufrió con más intensidad la situación de inestabilidad política vivida en los últimos años. Disuelta y destituidos sus mandos por insubordinación el 8 de febrero de 1873, este acto del último gobierno monárquico del Presidente Ruiz Zorrilla, dio lugar a la abdicación del Rey Amadeo I. Este desmantelamiento se intentó reconducir con el subsiguiente ascenso de suboficiales y artilleros hasta completar el escalafón, lo que no hizo si no incrementar el caos generado. Esto motivó que algunos oficiales se presentaran a las órdenes de Don Carlos formando los cimientos de la artillería carlista. En Eraul nacía ésta con la captura de su primer cañón, al que apodaron “El Abuelo”.
Si bien algunos historiadores militares liberales calculan en 900 hombres los efectivos totales de Navarro, sin duda son más cercanas a la realidad los atribuidos por los historiadores carlistas Hernando y Brea, de 1.200 hombres. Este número es ratificado por Pirala en La Ilustración... en la crónica contemporánea de la batalla.

La Acción de Eraul. Choca la infantería.
Mapa de la Batalla de Eraul. Leyenda: Verde: Carlistas Rojo: Republicanos. Aspa Blanca 1ª posición. Aspa Negra 2ª posición. Narración Militar de la Guerra Carlista

 Eraul es una pequeña población situada al noroeste de Estella, al pie de la sierra Echavarri y que defiende el único paso que atraviesa dicha estribación, entre las peñas de San Fausto y Zubite. Paso estrecho por el que es necesario acceder para seguir el camino más corto desde el Valle de Allín a la comarca de Abárzuza. Hoy, como entonces, es un territorio abrupto y boscoso que mantiene una orografía semejante a la que tenía en la fecha de la acción, hace casi siglo y medio. Es una zona poco propicia para el despliegue de unidades conforme a la concepción decimonónica, y especialmente nada apta para la maniobra de la caballería, por sus estribaciones rocosas y la densidad del follaje que cubre el terreno.
De ahí puede derivar la confusión de los diversos partes militares que narran la batalla y el encarnizamiento de la misma, proporcionalmente superior a posteriores acciones que implicaron mayor número de fuerzas.
La noche del 4 al 5 de Mayo de 1873 pasada en Galdeano, tuvo que ser de las de mayor tensión e incertidumbre que tuvo que vivir Dorregaray a los comienzos de su mando. Las fuerzas amenazaban con disolverse, y los mandos se mostraban reacios a seguir las marchas, sin probar un enfrentamiento previo. Los guipuzcoanos pedían a Lizárraga, su comandante, volver a su tierra. Algunos altos mandos comenzaban a hablar, más o menos abiertamente, de solicitar la sustitución de Dorregaray. Encabezando estas murmuraciones se encontraba el propio Marqués de Valdespina, y el Teniente Coronel Calderón que, por sus desavenencias con el general ceutí, había solicitado su traslado al 2º Batallón de Navarra, donde estaba de Jefe de Estado Mayor de Teodoro Rada.
Los oficiales de los batallones navarros se reunieron con Ollo para tratar de que convenciera al Comandante General del Norte para que entrara en combate o permitiera la dispersión de la columna para volver a los combates en guerrilla.
Nicolás Ollo, comandante general de Navarra, comprendía por su parte la terrible y decisiva paradoja a la que se enfrentaba su superior. Sin duda alguna, era necesario dejar de retirarse para mantener la moral de los hombres; era imprescindible el enfrentamiento. Por otro lado, las fuerzas carlistas, apenas entrenadas, con pocas municiones y sin estar totalmente armadas, no podían correr el riesgo de enfrentarse a las tres poderosas columnas republicanas que les perseguían en una sucesión de movimientos combinados que muy bien podían barrer al recién formado ejército legitimista.
Un nuevo Oroquieta, un año después, podía ser el fin definitivo de la causa de Don Carlos. El combate que se librara, en aquella tesitura, muy bien podría ser el último. Porque, aquella madrugada del 5 de Mayo en Galdeano, estaba concentrado el grueso de las fuerzas carlistas con sus principales mandos.
Por todo ello, Ollo tenía también sus reticencias a un enfrentamiento y así lo expresó a sus subordinados. Si bien se avino a intentar convencer a Dorregaray para que tomara una decisión.
Por otro lado, a la tensión creciente de aquella noche contribuyó la llegada de una carta personal de Carlos VII a Dorregaray, fechada en Francia el 25 de Abril, y en la que el monarca legitimista recriminaba a su Comandante la falta de resultados a estas alturas de la contienda. En la misma, el Pretendiente al trono, apenas podía disimular su decepción, a pesar de que expresaba la confianza en las capacidades del Comandante General, que justificaban, sin duda, su confirmación.
Las dudas expresadas por Ollo en ese instante, motivaron que varios comandantes y oficiales de batallón acudieran a Lizárraga y le propusieran un golpe de mano con el que hacerse con el mando superior de las tropas. Este se negó a ello y les recriminó su actitud por lo sediciosa. Sin embargo, acudió al alojamiento de Dorregaray. Allí le manifestó abiertamente su intención de abandonar la columna y volver con el Batallón de Azpeitia al territorio bajo su mando si el Comandante General no tomaba la iniciativa.
A pesar de las amenazas y de la creciente tensión, éste no adoptó ninguna decisión inmediata.
La columna Dorregaray se adentra en la Peña Zubiti
Al día siguiente, a las diez de la mañana, las fuerzas carlistas salían de Galdeano en dirección a las laderas del Puerto de Echávarri por las Peñas de Zubiti, una meseta boscosa que domina tanto Eraul como el Valle de Allín por sus respectivas vertientes. Allí descansó la columna, y desde las alturas descubrieron el acercamiento de una única fuerza de las tres que les perseguían: la columna del Coronel Navarro.
Esta atravesaba en esos momentos la sierra de Lóquiz en dirección a Galdeano, desde cuyas alturas pudo ver el desplazamiento de las fuerzas enemigas en dirección a Echavarri y Eraul. Navarro se decidió por continuar la persecución, sin que conste si informó de ello a las columnas de Costa y Castañón. Parece ser que no fue así, dado que la de columna más cercana, la de Castañón, derivó hacia Eraul cuando escuchó el fuego del combate, cuando ya era demasiado para prestar su auxilio.
En Galdeano descansó una hora, sobre todo para reunificar su unidad, muy desligada y dispersa, debido a la estrechez de los caminos y carreteras por los que había evolucionado. Después, continuó la marcha por Artabia, cruzando el arroyo del Urederra por el puente de esta población, y comenzando su ascenso hacia Eraul, por donde Navarro había visto desaparecer a la fuerza perseguida. La marcha en columna la abre el Batallón de Sevilla, flanqueado por dos compañías por su izquierda, para prevenir emboscadas. Tras él, las compañías de ingenieros y la sección de Lanceros de Villaviciosa. En el centro, marchan los bagajes y la sección de artillería, protegidos por el Batallón de Barbastro, que cierra la marcha.
A sus espaldas dejaba las otras dos columnas amigas.
La visión del avance del enemigo hacia su posición enerva de nuevo a los mandos carlistas. A las 13:00 horas, solicitan a Dorregaray convoque una junta de oficiales. En la misma se vuelve a insistir en la necesidad de entrar en acción. Aquel, finalmente, ordena un despliegue defensivo en la ladera que domina el camino hacia Eraul, con la idea de emboscar al enemigo y hacerlo retroceder. El centro y flanco izquierdo está cubierto por el 1º de Navarra, dirigido personalmente por el Brigadier Ollo. Lizárraga se sitúa con su batallón guipuzcoano a su derecha, en dirección a la población de Echavarri y la cercana ermita de San Mamés, para golpear el flanco izquierdo del enemigo, y envolverle si es el caso. Se completa su posición con la Compañía de Guías de Castilla, y los 200 alaveses de Llorente.
El 2º y 3º de Navarra se sitúan a retaguardia, para contraatacar en caso de retirada. La caballería se sitúa igualmente sobre la meseta que corona el Zubiti, porque el terreno no permite , en teoría, su uso. Todos los cronistas, tanto liberales como legitimistas, valoran lo inexpugnable de la posición en la que se situaron las tropas carlistas. Posiciones de difícil flanqueo, y que obligaban al atacante a tomarlas mediante un avance frontal, ascendiendo necesariamente por una ladera quebrada y boscosa.
Según los testigos contemporáneos, el entusiasmo de los voluntarios cuando recibieron la orden de combatir fue difícil de contener. Los oficiales apenas consiguieron convencerles de que la efectividad de la sorpresa dependería de que guardaran el más absoluto silencio, mientras veían cómo se acercaba el enemigo, inadvertido, hacia sus posiciones.
Mientras, Navarro continua su marcha con las precauciones mínimas, y con un evidente desconocimiento de la situación real del enemigo. Parece claro que pensaba que éste se retiraba hacia Abárzuza, siguiendo la dinámica de los últimos días, y veía necesario el mantenimiento del acoso habida cuenta que esperaba ser respaldado por Castañón y Costa, en caso de enfrentamiento.
Estos, sin embargo, no se encontraban lo suficientemente cerca como para prestar su apoyo. Castañón se encontraba a las 11 de la mañana en Galbarra, al otro lado de la sierra de Lóquiz, que delimita el Allín por occidente. Y Costa, que había tomado la misma dirección se encontraba a esas horas a la altura de Contrasta, todavía en la provincia de Alava. Sin embargo, la actitud prudente del enemigo hasta esa fecha, motivaba el empeño en no dejarle respiro alguno.
Aproximadamente, a las 14:00 horas, los batallones republicanos comienzan la ascensión de la ladera del Zubiti por el camino de Eraul. A poca distancia, ocultos entre la maleza y las rocas se encuentran las fuerzas carlistas que guardan un sepulcral silencio, hasta el punto de que pasan absolutamente desapercibidos para las avanzadillas y los destacamentos de descubierta del Batallón de Cazadores del Regimiento de Sevilla. El día es soleado y caluroso, pero los soldados todavía sienten los efectos del descanso en Galdeano.
Cuando la vanguardia se encuentra a pocos cientos de metros de las primeras casas de Eraul, hacia las 15:00 horas, los carlistas abren fuego con una densa descarga sobre las dos compañías de flanqueo del Batallón de Sevilla, que reciben de lleno el fuego de enfilada. Sin embargo, la unidad guarda al completo la disciplina. Las compañías destacadas se abren en guerrilla y responden a las descargas enemigas, mientras el Coronel Navarro se decide por forzar el paso hacia Eraul, posiblemente convencido de que se enfrenta a la retaguardia enemiga, siguiendo las pautas de comportamiento de enfrentamientos precedentes.
Ordena pues desplegar el Batallón al completo, con el apoyo de las compañías de ingenieros. En vanguardia sobre la nueva línea, avanzan dos compañías de refuerzo del batallón de Cazadores de Sevilla, bajo el mando de García, y los ingenieros de Acellana. El fuego es denso, pero las fuerzas republicanas ascienden por la ladera hasta llegar a distancia de lucha cuerpo a cuerpo de las líneas carlistas. Tanto el 1º de Navarra como el 2º de Guipúzcoa inician una retirada ordenada ante el empuje del Batallón de Sevilla que demuestra en dicho avance su superioridad en disciplina y capacidad de combate.
Mientras, el Batallón de Barbastro se mantiene en formación de combate en Echevarri, en el ala izquierda de la línea liberal, sin empeñar batalla, si bien hace fuego con algunas guerrillas. Los lanceros de Villaviciosa cierran la línea entre Sevilla y Barbastro, protegiendo a la artillería que se encuentra a las afueras de la población.
Viendo que la primera línea carlista, a punto de quebrarse, está cerca de tocar su retaguardia, Dorregaray ordena contraatacar con el 2º de Navarra. Carlos Calderón, con dos compañías, refuerza el frente del 1º Batallón de Navarra y, con dicho apoyo, las tropas legitimistas logran rechazar el avance republicano y hacen retroceder a las compañías de cazadores de Sevilla a su punto de partida.
Carlos Calderón Jefe E. M. 2º Batallón de Navarra
Progresivamente, el encarnizamiento de la lucha se va concentrando en el flanco más cercano a Eraul. Navarro hace avanzar a dos compañías más de Sevilla, y ordena una nueva ascensión. El contraataque, una vez más, da resultado. Las tropas carlistas que carecen todavía de un entrenamiento adecuado, se concentran todavía en grandes formaciones, al estilo napoleónico, para aumentar la densidad de fuego, lo que les hace más vulnerables a la eficacia del fuego graneado del despliegue republicano.
La línea legitimista se tambalea, y retrocede por segunda vez hasta la cima del puerto. Según algunos testigos, ante este nuevo retroceso, el Coronel Rada se enfurece, y sin recibir órdenes prepara a las tres compañías que restan de su 2º Batallón de Navarra, y las lanza a la bayoneta calada. La carga se produce con la brutal táctica por la que posteriormente habrían de ser conocidos los batallones carlistas y que fue diseñada por él: el denominado Estilo Radica. Las unidades se lanzan al choque en el cenit del avance enemigo, sin previas descargas de fuego para contenerle. Al grito de ¡Viva el Rey! se produce el primer choque cuerpo a cuerpo del combate. Es recio hasta el punto de que las tropas del Batallón de Sevilla se ven avocadas a un nuevo retroceso a su punto de partida.
En ese momento, casi una hora después de haberse roto el fuego, ya resulta evidente para los mandos republicanos que no se encuentran ante un destacamento de retaguardia carlista, como en las jornadas precedentes. Navarro es consciente de que el grueso del enemigo se encuentra frente a él, y lo es también de que, si lo derrota es probable que ese pueda ser el último día de guerra, tal y como ocurriera en Oroquieta.
En esta tesitura, Navarro, posiblemente confiado en la imagen de fragilidad dada por el enemigo en enfrentamientos precedentes, resuelve intentar quebrarlo definitivamente, confiado probablemente en la superioridad de cohesión de sus fuerzas, a pesar de su evidente inferioridad numérica. Así, logra contener en la carretera la carga a la bayoneta carlista con una descarga de fusilería, reorganiza sus unidades, e implica a sus últimas reservas del Batallón de Sevilla y de Ingenieros en una nueva ascensión al cerro Zubiti.
En este momento, y a pesar de no habérsele ordenado, la sección de artillería, que se encuentra junto al flanco izquierdo liberal, desmonta las dos piezas Krupp y comienza a bombardear las masas enemigas con metralla, protegida por la caballería republicana.
La infantería carlista recula una vez más perseguida hasta la cima. Dorregaray ordena que el 3º Batallón de Navarra, su última reserva, empeñe igualmente combate para contener la retirada. El 3º es una unidad de reciente formación, que no se ha batido hasta la fecha. Ha heredado los fusiles obsoletos de las dos unidades precedentes, y algunas de sus compañías se encuentran armadas por simples bastones y palos que alzan a modo de alabarda. Aún así, su entrada en fuego consigue contener al Batallón de Sevilla durante unos instantes y rehacer la línea carlista.
A pesar de ello, el fuego artillero y la efectiva fusilería republicana consigue desgastar, al poco, la resistencia carlista. Son las 16:00 horas, y las tropas legitimistas han agotado prácticamente sus municiones. El frente se quiebra y empieza a desmoronarse. Las imágenes de disolución y desmoralización son gráficamente descritas por algunos testigos. Grupos de soldados carlistas empiezan a abandonar el campo de batalla, cuando las principales posiciones se han perdido.
Nicolas Ollo, Lizárraga y Rada intentan que sus fuerzas no se disgreguen. Toman fusiles de algunos caídos e intentan coordinar un contraataque. Ollo reúne a un grupo de soldados y les arenga: “Navarros, hemos salido para morir por Dios. Hoy es el día para morir por El”, pero apenas pueden contener la retirada, que empieza a convertirse en desbandada. Parece a punto de producirse un nuevo Oroquieta, el peligro tan temido por parte del General Dorregaray.

Una carga imposible.
Valdespina, prepara la carga de caballería de Eraul. Cuadro de Augusto Ferrer Dalmau
En ese instante, y desde la última posición de retaguardia, el Marqués de Valdespina, sin pedir autorización o recibir orden alguna, se coloca al frente de la cincuentena de jinetes que conforman del primer escuadrón navarro y la escolta del General Dorregaray, y ordena cargar sobre el centro-izquierda de la línea republicana, en concreto sobre la sección de artillería y el Batallón de Barbastro que lo cubren.
La caballería atraviesa las líneas del Batallón de Azpeitia, la fuerza alavesa y la 1ª Compañía de Guías de Castilla, que cubren el flanco derecho carlista. Es una carga desliñada, debido a la compleja orografía del terreno. Los jinetes tienen que esquivar roquedales, densos zarzales, árboles de bajas copas. Aún así logran llegar a las inmediaciones del caserío de Echevarri y chocan contra la infantería de Barbastro.
Carga de Valdespina en Eraul
El Batallón de Barbastro, que había visto el repentino despliegue de la caballería por las boscosas laderas del Zubite, formó a sus compañías en línea y esperó la carga rodilla en tierra y a la bayoneta calada. Una primera descarga de fusilería, hace caer algunos caballos, pero la caballería no pierde ímpetu, y atraviesa las líneas republicanas. Un infante hiere de un bayonetazo al Marqués, pero éste lo derriba de un sablazo. El capitán Sanjurjo se cobra otras bajas a fuego de revolver. El teniente Lirio recibe un balazo en la pierna.
El Batallón de Azpeitia y los alaveses se enardecen cuando los jinetes carlistas atraviesan sus posiciones, y se lanzan ladera abajo a la bayoneta calada, con la Compañía de Guías de Castilla en vanguardia, dirigida por su segundo al mando, el capitán riojano Juan Pérez Nájera.
Se produce un brutal choque cuerpo a cuerpo entre Barbastro y las fuerzas castellano-guipuzcoanas que dura varios minutos. Pero el batallón republicano termina por dejar el terreno retirándose en completo desorden, sin que sus mandos puedan contenerlos. Tanto la infantería como la caballería carlistas continúan su avance por el flanco izquierdo de la línea liberal, en dirección a la artillería.
Huida de los Lanceros de Villaviciosa en Eraul
El Coronel Navarro intenta conjurar el peligro de su extremo izquierdo, y ordena cargar a Lanceros de Villaviciosa. Los oficiales de la unidad se ponen al frente de la misma y tocan a carga, pero la tropa se desbanda ante la confusa avalancha de infantes y caballería carlista, sin llegar a entrar en acción. La artillería, pues, quedaba así desguarnecida.
Navarro acude, entonces, con algunos contingentes reunidos apresuradamente de los Cazadores de Sevilla.
La Compañía de Guías de Castilla toma uno de los cañones Krupp 
El Coronel Navarro es hecho prisionero en Eraul
Se produce un nuevo combate a choque de bayoneta en la posición de los cañones. El Capitán Pérez Nájera con algunos hombres de los Guías de Castilla consigue desalojar a los refuerzos dirigidos por el jefe republicano, que quedan envueltos por la masa atacante, y aislados del resto de sus fuerzas. Aún así, esta limitada acción de Navarro logra salvar la boca de una de las piezas que puede escapar del cerco. No así la cureña del cañón que cae en manos carlistas. Navarro es hecho entonces prisionero con los supervivientes de su destacamento.
El alferez Ortigosa derriba a un artillero.
Por su parte, la caballería legitimista desbanda a los servidores de la 2ª pieza Krupp, antes de que estos puedan desmontarla. De hecho, intentaban todavía hacer fuego cuando son alcanzados por los jinetes de Valdespina. El alférez Ortigosa salta con su montura sobre la pieza y derriba de un sablazo a un artillero que intentaba introducir un bote de metralla. El resto de la fuerza huye o es hecha prisionera.
Mientras, los batallones navarros que defiendes el centro e izquierda de la línea de Dorregaray, al comprobar el hundimiento del flanco izquierdo republicano, se rehacen y lanzan un último contraataque sobre los batallones del Batallón de Sevilla, ya muy quebrantado por sostener cerca de dos horas de fuego continuado. La línea liberal se quiebra definitivamente ante el nuevo empuje. Grupos de combatientes quedan aislados con algunos de sus jefes en pequeñas bolsas que aún resisten unos minutos, pero que terminan por rendirse. Entre ellos, el Teniente Coronel Martínez, mando superior del Regimiento de Sevilla, y el Teniente Coronel Acellana, comandante de Ingenieros.
El Comandante Valles, intenta contraatacar con algunos hombres para abrirse paso hasta algunas de las bolsas que aún resisten, pero es a su vez envuelto y conminado a rendirse.
Solo el Comandante de Cazadores de Sevilla, Braulio García, logra retirarse en orden hacia Eraul con los restos de las dos compañías de Ingenieros y unos 80 hombres del Batallón de Cazadores de Sevilla, los cuales se refugiaron en la Iglesia de San Miguel de la localidad. Agotados y sedientos, se bebieron el agua bendita y se tendieron por los rincones y los bancos del templo.
Los Cazadores de Sevilla se refugian en la Iglesia de Eraul

El resto de la columna republicana con excepción de algunas compañías del Batallón de Barbastro que se refugian en Echevarri, huye en completo desorden por los campos de la comarca, perseguida por las fuerzas carlistas, que en su entusiasmo han  perdido también toda cohesión y organización.
Algunas fuerzas carlistas dirigidas por Rosa Samaniego, cercaron Eraul y a las fuerzas republicanas de Basilio Garcia que se habían refugiado en la Iglesia. Fueron conminadas a la rendición, a lo éstas que se negaron. Sin embargo, no se empeñó combate alguno. Al anochecer, las tropas carlistas se retiraron, y los hombres de García lograron refugiarse en Abárzuza.
Poco a poco, los pequeños destacamentos de la columna Navarro que se iban reuniendo fueron a adentrándose en Estella.
Ganado el campo de batalla, los tres médicos que componían el cuerpo sanitario de la columna de Dorregaray se hicieron cargo de los heridos de ambos bandos. Cuando fueron estabilizados, algunos fueron trasladados a las poblaciones más cercanas, donde fueron puestos a disposición de la Columna Castañón que se acercaba, y en manos de los voluntarios de la Cruz Roja de Estella, Abárzuza y Pamplona, que se acercaron a ayudar a los heridos de ambos bandos a las 22:00 horas de aquel día.
A diferencia de en la guerra precedente, tanto Carlos VII como Dorregaray y gran parte de los mandos carlistas del Norte, se preocuparon de cumplir con normas básicas de humanidad con los heridos y prisioneros republicanos del Ejército Gubernamental. De hecho, el 18 de Mayo de 1873, Carlos VII autorizó a Dorregaray a poner en libertad bajo palabra a los cerca de 80 prisioneros hechos en la batalla.
Rendición de oficiales republicanos Acellana y Martínez
Tras su puerta en libertad, Acellana y Navarro publicaron una carta abierta en la que agradecían el trato recibido por ellos y sus hombres por parte del enemigo, durante su cautiverio.
En cuanto al número de bajas, Pirala calcula un total de 400 hombres repartidos entre ambos bandos. Los partes son absurdamente contradictorios. Dorregaray habla de 112 muertos republicanos y 36 heridos. Los historiadores liberales no reconocen más de 8 muertos y 45 heridos. Por parte de los carlistas, según parte del Comandante General del Ejército del Norte, cayeron en el campo de batalla 18 muertos y 37 heridos.
Sin embargo, la memoria del voluntario de la Cruz Roja Navarra Florencio de Ansoleaga, que recorrió el campo de batalla dos días después de celebrarse la misma, habría de hablar de indicios de un encarnizamiento sin precedentes. Lo que nos hace pensar que los cálculos de Pirala no estén del todo descaminados más allá de la veracidad que se pueda dar a los partes de guerra, habitualmente poco fiables en cuanto al número de bajas.
Don Carlos se mostró exultante, y no dudó en conceder grandes honores a los hombres que destacaron en la batalla. Así, Dorregaray fue agraciado con el Marquesado de Eraul, Valdespina fue ascendido a Mariscal de Campo por su alocada carga de caballería que dio un vuelco a la acción, Pérez Nájera recibió la Medalla de la Real Orden de San Fernando al Mérito Militar, Teodoro Rada, la Gran Placa Roja del Mérito Militar y otras muchas más...


Valoración
La ultima carga de la infantería carlista en Eraul

Eraul, un campo de batalla que adquiere connotaciones míticas, al ser también escenario de una victoria de Zumalacárregui sobre Oráa en la 1ª Guerra Carlista, adquirió también una dimensión y resonancia decisivas en la 3ª Guerra. Y ello, a pesar del limitado número combatientes que participaron en la misma, muy inferior a otros combates de esta misma guerra menos conocidos. La acción no se caracteriza tampoco por una especial maestría táctica, si no es por la iniciativa de Valdespina, que dirigió una exitosa carga de caballería en un terreno quebrado y espeso, en principio poco apto para tal maniobra contra el flanco del enemigo. En líneas generales se trató de un combate de desgaste en una sucesión de ataques y contraataques frontales.
Parece evidente que el Coronel Navarro no hubiera empeñado combate de haber tenido un cabal conocimiento de las fuerzas a las que se enfrentaba, y cuando lo tuvo, ya era demasiado tarde para intentar poner distancia con el enemigo, sin riesgo de que sus fuerzas se desmandaran en la retirada. Por otro lado, los repliegues sucesivos de las fuerzas carlistas, a pesar de acudir constantemente a sus reservas para sostener su línea, le hizo suponer que quizá pudiera romper su resistencia sin apoyos externos. Pirala considera que debió hacer cargar a los Lanceros de Villaviciosa, cuando comprobó que su infantería había tomado las posiciones enemigas como colofón a la presión lograda sobre las fuerzas vasco navarras. Pero, como decíamos, desde una perspectiva de táctica clásica, el terreno de la liza no era propicio para ello. El hecho de que el Batallón de Sevilla y dos compañías de Ingenieros, 3º Regimiento, sostuvieran prácticamente en solitario la acción contra cerca de 1.800 hombres, a los que hicieron retroceder hasta en tres ocasiones, acredita el valor con el que combatieron y la calidad de las mismas.
La prensa carlista y republicana se hizo amplio eco de la acción, por ser la primera victoria importante del legitimismo en el Norte, y por el absoluto descalabro de unas tropas regulares, profesionales y bien equipadas, frente a la impetuosidad de los “voluntarios” monárquicos que combatían por primera vez en una batalla campal.
La guerra cambió de aspecto a partir de entonces. Un espíritu desmedido de victoria seapoderó del Ejército Carlista, que se acrecentó notablemente con la llegada de nuevos voluntarios a engrosar sus filas, y que ya no dudó en enfrentarse abiertamente al enemigo en nuevos combates campales.
El efecto contrario se produjo en las fuerzas gubernamentales, que iniciaron una estrategia de repliegue generalizado de pequeñas guarniciones a posiciones fuertes, muy semejante al que llevara a efecto el General Valdés, tras la derrota de las Amézcoas en 1835.
Por otro lado, las columnas republicanas comenzaron a  formarse de grandes unidades para disuadir al enemigo de nuevos enfrentamientos, (en ocasiones se reforzaron hasta alcanzar un tamaño superior al de brigada) lo que derivó en la pérdida de movilidad, y un menor control del territorio que defendían. Esto conllevaba una mayor libertad para la estructuración del Ejercito Carlista como fuerza regular, y en la asunción de la iniciativa estratégica por primera vez desde el inicio del alzamiento en Abril de 1872.
Muchas y sonadas victorias habrían de esperar todavía al incipiente ejército legitimista. Udave, Allo, Dicastillo y Montejurra habrían de jalonar el año 1873. A dichas acciones habremos de dedicar próximos artículos.


Jose Ignacio Martínez Ruiz



BIBLIOGRAFÍA:

- La Campaña Carlista. 1872-1876 Aut.: Francisco Hernando. Ed.: Jouby y Roger Editores. París. 1877.
- Campaña del Norte 1873-1876 Aut.: Antonio Brea. Ed. Biblioteca Popular Carlista. Barcelona. 1897.
- Príncipe Heroico y Soldados Leales. Aut.: Reynaldo Brea.Ed. Biblioteca Popular Carlista. Barcelona. 1910.
- Cruzados Modernos. Aut.: Reynaldo Brea.Ed. Biblioteca Popular Carlista. Barcelona. 1918.
- Victorias de Carlos VII. Aut.: Reynaldo Brea.Ed. Biblioteca Popular Carlista. Valencia. S/A
- Historia Contemporánea. Vol.4º Aut.: Antonio Pirala. Ed.: Impr. Manuel Tello. Madrid 1877.
- Narración Militar de la Guerra Carlista de 1869 a 1876. Vol II Aut.: Estado Mayor del Ejército. Ed.: Imprenta del Depósito de Guerra. Madrid. 1884.
- La Cruz Roja de Navarra en la Acción de Eraul. (Mayo 1873) Aut.: Florencio de Ansoleaga. Ed.: Imprenta Jesús García. Pamplona 1913.
- La Ilustración Española y Americana. Nº 18 17 de Mayo de 1873 y nº 19 24 de Mayo de 1873.
- El Estandarte Real. Nº 3. Junio 1889.
- Historia del Tradicionalismo Español. Vol 24. Aut. Melchor Ferrer. Ed.: Trajano. Sevilla 1958.
- La Tercera Guerra Carlista 1869-1876. Aut.: Jose M. Rodríguez Gómez. Ed.: Almena. Madrid 2004.
- La Tercera Guerra Carlista 1872-1876. Aut.: Cesar Alcalá. Ed.: Ristre. 2003
- La Segunda Guerra Carlista en el Norte (1872-1876): Los ejércitos contendientes. Aut.: Juan Pardo San Gil

.Todas las Ilustraciones, han sido extraídas del Album Siglo XIX, patrocinado por la Diputación Foral de Gipuzkoa, salvo el retrato del Coronel Joaquín Navarro, editado en La Campaña del Norte de Antonio Brea, el cuadro "El Marqués de Valdespina en Eraul", obra de Augusto Ferrer Dalmau y la lámina de "Lanceros de Villaviciosa" de E. Gregori, extraída del Blog "Miniaturas Militares". Los derechos que puedan estar vigentes de todas las ilustraciones aparecidas en el artículo, pertenecen a sus autores, y se colocan como complemento informativo del presente artículo. Si alguno de los autores no deseara que obraran en el mismo se procederá a su retirada. Muchas gracias.