domingo, 3 de noviembre de 2013

UDABE, 26 de Junio de 1873. El giro estratégico en el Norte

Antecedentes. La situación tras Eraul. 
Como decíamos en nuestro artículo anterior, la derrota de Eraul, conmocionó de igual manera a la opinión pública republicana y a la carlista, con efectos diametralmente opuestos. La derrota de la columna Navarro supuso el primer giro estratégico relevante del conflicto, y los implicados no tardaron en darse cuenta. El Ejército de Operaciones del Norte se reforzó ligeramente con algunas unidades adicionales tras la acción, sumando 44 batallones de Infantería, 4 Regimientos de Caballería más 2 escuadrones sueltos, y 4 compañías de artillería, y 5 baterías de montaña. Es decir, cerca de 30.000 efectivos de infantería, 1.600 de caballería y 48 piezas de artillería. A estas unidades de fuerzas regulares y de reemplazo, habría que sumar las milicias de Voluntarios de la Libertad, las unidades de carabineros, milicias forales y de la Guardia Civil, que operaban en ocasiones en combinación con el Ejército, y bajo su mando. A pesar de esta presumible capacidad de combate, lo cierto es que la misma se encontraba muy mermada por las circunstancias de inestabilidad política, que afectaron plenamente a la eficacia del Ejército. 

Infantería Republicana en Mayo de 1873
Este se siguió organizando en columnas mixtas algo más reforzadas de entre 1.300 a 1.800 hombres, comandadas generalmente por un coronel o brigadier, y compuestas por tres o cuatro batallones de infantería (normalmente pertenecientes a distintos regimientos), diversas compañías sueltas, una sección de artillería y una de caballería. Como en Abril, estas columnas seguían operando individualmente sin una coordinación centralizada, conforme a las circunstancias del territorio que patrullaban. Aunque, dependiendo de la disponibilidad de sus mandos, las mismas podían colaborar tácticamente, en todo caso, estaban integradas en una estructura superior divisionaria de carácter puramente nominal. 
Por otro lado, las dificultades financieras por las que pasaba el Gobierno de la República daban lugar a una falta material de recursos que ponían en peligro la efectividad de la fuerza armada. Las quejas de los altos mandos en este periodo son continuas por la falta de material adecuado para desarrollar su labor, y las dificultades para la distribución de pertrechos. Los impagos de la soldada afectaron a la moral de la tropa, produciéndose brotes de indisciplina, como los producidos en Bilbao el 25 de Mayo, o en San Sebastián, a principios de Junio. Si bien, los mismos, no llegaron a los incidentes de abierta insurrección que asolaron al Ejército de Cataluña por este mismo periodo. En cualquier caso, indicativo del estado en que se encontraba el Ejército, es el hecho de que el General al mando del Ejército de Operaciones del Norte, General Nouvilas, que había regresado al Norte el 11 de Mayo, tuviera que suspender varias operaciones por falta de financiación, y que se viera, así mismo, obligado a solicitar con fecha 29 de Mayo y 14 de Junio dos préstamos al Banco de Vitoria de 10.000 y 20.000 duros respectivamente, para poder reanudarlas. 
En cuanto a las características generales de esta fuerza armada, nos remitimos a las descripciones realizadas en el artículo sobre Eraul. 
Esta precariedad permitía el desarrollo del Ejército regular carlista como eficaz fuerza de combate, al contar con un mayor espacio y libertad de movimientos para su evolución. Si bien, las hemerotecas y los partes del Ejército de Operaciones hablan de constantes combates menores y escaramuzas con partidas de guerrilleros carlistas, en los que las unidades sublevadas eran habitualmente dispersadas, la verdad es que el grueso del Ejército se organizaba de forma efectiva a pesar de sus propias dificultades. El 12 de Mayo de 1873 entraba en España por el valle del Baztán el General Carlista Don Joaquín Elío y Ezpeleta, de 67 años de edad, habiendo sido nombrado por Carlos VII, Jefe de Estado Mayor del Ejército y Ministro de Guerra del Gobierno realista. De aspecto imponente, alto, delgado, de espíritu atildado y sereno, modales distinguidos, se incorporó a Santesteban ataviado con una boina azul, con dolmán largo de paño negro, corbata y chaleco blancos, y pantalón encarnado, sin distintivos de rango. Allí se le reúne, el 14, Lizárraga con el Batallón de Azpeitia. Su llegada, serenó los ánimos y los conflictos entre los altos mandos del Ejército, que se habían evidenciado en Eraul, al cerrarse definitivamente la estructura de mando. Don
General Joaquín Elío
Joaquín Elío era una figura respetada del movimiento legitimista al principio de conflicto. Había vivido casi siempre en el exilio, y había servido siempre con lealtad a la Causa, siendo una de sus leyendas vivas, junto con Cabrera. La única división sin resolver fue la sostenida entre Lizárraga y el cura Santa Cruz en Guipúzcoa, que provocó algún enfrentamiento armado entre las fuerzas de ambos, y que aún tardaría unos meses en solventarse definitivamente. 
Eraul había motivado que se integraran en el ejército regular un mayor número de partidas o de voluntarios que, bien en grupo o individualmente, se incorporaban a filas. Sin embargo, esto no suponía necesariamente un crecimiento real de las fuerzas sublevadas, que pasaban también por dificultades estructurales que limitaban su capacidad de adecuarse a las posibilidades de desarrollo. Sobre todo en orden al armamento y equipamiento general. Esto hacía que muchos voluntarios fueran registrados en listas y más tarde devueltos a sus hogares, en espera de poder ser llamados. La derrota de Oroquieta y el Convenio de Amorebieta en 1872, habían dado lugar a la pérdida de la mayor parte de las reservas de armamento con las que los legitimistas contaban para su alzamiento. 
La victoria de Eraul hizo que el movimiento armado destacara por fin en el extranjero como algo más que pequeños grupos de trabucaires y salteadores de caminos. Permitió que a nivel internacional se focalizara un cierto interés por los gobiernos europeos. De hecho, por esas fechas, activistas católicos y legitimistas de Europa empezaban a engrosar las filas del ejército realista. Es el caso de William Learder de origen irlandés, o de Richard Von Dungern, prusiano, que se incorporaron en el Batallón de Azpeitia en Mayo. Pero no se tradujo en apoyo financiero de ningún tipo por parte de entidades bancarias, partidos políticos o cortes internacionales, como ocurriera en la guerra de 1833. Carlos VII seguía sin ser reconocido oficialmente por ningún organismo extranjero, no ya como legítimo candidato al trono, si no, siquiera como beligerante contra el Gobierno republicano de Madrid. Tan sólo algunos nobles legitimistas franceses aportaron cantidades de relativa importancia para la compra de armas y material sanitario. Doña Margarita de Borbón y Parma, esposa de Carlos comenzó la venta de bienes personales y familiares para ayudar en el esfuerzo de guerra. Por otro lado, las Diputaciones carlistas a guerra organizaron ya en Marzo un sistema recaudatorio, con especial incidencia entre las grandes fortunas que se habían destacado por su filiación carlista (en Guipúzcoa, la Viuda Larreta, El Conde de Valle, o D. Ursino Zabala) por el que esperaban ingresar cerca de 9 millones de reales. Sin embargo, la falta de infraestructuras impedía que los efectos de tales exacciones se percibieran de forma decisiva a mediados de Mayo de 1873. Aún así, la parálisis relativa que se produjo tras Eraul en las fuerzas gubernamentales, motivó que la entrada de Elío, ampliamente publicitada por la propaganda carlista, no produjera reacción alguna en los mandos enemigos. Esto permitió que el General legitimista se mantuviera durante cerca de una semana en la población de Santesteban, del Alto Bidasoa, que le permitía mantener contacto con las fuerzas guipuzcoanas, atendiendo a la formación y equipamiento del 4º Batallón de Navarra, y que se le uniera sin percance alguno el Batallón de Azpeitia. La única columna liberal de la zona, fuerte de unos 1.000 infantes, comandada por Maldonado, se había refugiado en Elizondo, fortificando la población ante la eventualidad de un asalto. 
Es en esas fechas, reunido en Consejo Militar el alto mando carlista, que se resuelve concentrar la mayor parte de las fuerzas que operan en Navarra y realizar una inspección de los principales territorios y unidades organizados hasta la fecha, de cara a fomentar la estructuración de un ejército regular, conseguir un alzamiento militar generalizado y coordinar operaciones. Se trata de lo que los historiadores legitimistas denominaron La Expedición de Elío, o La Inspección, que tuvo una finalidad netamente propagandística, destinada a preparar el escenario para la reentrada en España de CarlosVII.

 La Inspección del Ejercito Carlista. (21 de Mayo a 4 de Junio de 1873) 

Infanteria Navarra en Mayo de 1873
El 20 de Mayo, Elío con el 4º de Navarra y el 2º de Guipúzcoa (Azpeitia) sale de Santesteban y pernocta en Labayen, donde se produce la concentración del resto de efectivos de la “División” Navarra. La misma, se compone de los 3 primeros batallones navarros, dirigidos por Dorregaray, el 1º Escuadrón de caballería de Pérula, las compañías castellanas y la 1ª Sección de Artillería de Montaña de Navarra compuesta hasta la fecha de la única pieza arrebatada en Eraul a las fuerzas republicanas. Se le dio orden al 4º Batallón para que en unión de partidas de “aduaneros” carlistas mantuvieran el bloqueo de Elizondo, donde quedaba encerrada la Columna Maldonado. El resto de las unidades totalizan en torno a 3.400 infantes y 100 caballos, siendo sin duda la mayor concentración de fuerzas vistas en Navarra en el conflicto hasta la fecha. En las siguientes jornadas, y a través de una sucesión de hábiles marchas nocturnas por las sierras de Aralar y Andía, en las que dejan al grueso de las guarniciones enemigas en su flanco izquierdo, la expedición llega al territorio dominado por Estella, pasando por Arellano y Mendaza. El 25 de Mayo las fuerzas pasan a través de Santa Cruz de Campezu a territorio alavés, llegando el 28 a la ciudad de Orduña, siendo recibidos por el grueso de la División Vizcaína que se encontraba reunida en dicha ciudad. A lo largo del trayecto, varias columnas republicanas (Castillo, Castañón, Cuenca) siguen el rastro de la tropa carlista, pero sin conseguir combinar un ataque conjunto sobre la expedición. Las marchas, aún siendo agotadoras, se realizan en un entorno favorable, siendo las fuerzas expedicionarias recibidas de forma entusiasta por la población, quienes engalanan al “Abuelo”, la única pieza de la que se compone la artillería carlista, con guirnaldas de flores y lazos.
 Los expedicionarios se aprovechan de la densa red de confidentes que facilitaba el movimiento de las tropas carlistas, quienes les informan puntualmente de la situación del enemigo en cada tramo de su avance, así como los guiaban a través de caminos de montaña. Esta red, conformada por personas de todas las edades y sexos, entresacada de los mismos pobladores del territorio, formada principalmente por voluntarios que no percibían contraprestación alguna, es quizá la fuerza mejor organizada del Ejército Carlista en los primeros tiempos de la 3ª Guerra. Contribuían no solo a la información, si no también facilitaban el armamento de las fuerzas insurrectas, así como al desplazamiento de divisas y mensajes. Entre ellos, destaca como figura emblemática, en un movimiento tan fundamentado en mitos como lo es el Carlismo, la del General Simón, a quien se atribuye el control supremo de la rama secreta del ejército
Imagen idealizada del General Simón
legitimista. A pesar de ser varios autores los que hacen referencia a la importancia de este personaje, nadie ha determinado su identidad real. De origen humilde, sirvió como criado, leñador y en la construcción de carreteras y el ferrocarril en todo el Norte. Lo que quizá le permitió su gran conocimiento de la orografía del terreno en el que se desarrolló el conflicto. De carácter autodidacta, se dice que aprendió a leer y escribir por sí mismo, llegando a realizar operaciones de compraventa de armas en Inglaterra y Francia. Su graduación no corresponde si no al seudónimo con el que se le conocía en el mando del Ejército, dado que no ostentó nunca grado alguno en el mismo. Según Francisco Hernando, a Simón debe atribuírsele parte del mérito del éxito de la expedición, ya que actuó como guía del General Elío. 
También se atribuye el éxito de la operación al Brigadier D. Ramón Argonz, otra de las figuras clave del levantamiento carlista. Veterano de la primera guerra, combatió en el 12º Batallón de Navarra, emigrando a
General Argonz
Francia tras finalizar aquella. Participó junto a Elío en todas las conspiraciones carlistas posteriores, y ascendiendo poco a poco en el escalafón. En 1869 fue nombrado Teniente Coronel por Carlos VII, y fue miembro de la Junta de Militar de la Frontera que preparó el levantamiento de 1872, siendo clave por su conocimiento del territorio y contactos en Navarra. En Diciembre fue nombrado Jefe de Estado Mayor de Ollo, con el que combatiría en la campaña de 1873. Nombrado Comandante Militar de Estella, ostentaría la comandancia general de Navarra entre 1874 y 1875. Carlos VII le llama a su lado donde ocupa el puesto de Ayudante de Campo del monarca legitimista durante los últimos meses del conflicto, exiliándose junto a éste. Nombrado Marqués de la Fidelidad, falleció en Francia en 1885. Su cercanía a Elío durante la expedición le confiere, para los historiadores carlistas, parte del éxito de la Expedición.
 Esta entra en Orduña sin haber trabado combate con el enemigo, y con espíritu de victoria. En vanguardia, el batallón de Azpeitia que canta el himno a San Ignacio, acompañado por la orquesta del 2º de Navarra, es recibido por tres batallones vizcaínos en formación de revista, imponentemente equipados, según destacan los cronistas. La División vizcaína estaba comandada por el Brigadier Gerardo Martínez de Velasco, quien tras el descalabro que supuso el Convenio de Amorebieta en 1872, logra reorganizar las fuerzas vizcaínas, tras desplegar una efectiva labor de recaudación y compra de armamento, apoyado por la Diputación. En Mayo de 1873 ha formado cuatro batallones, (Gernika, Durango, Markina y Arratia) perfectamente uniformados con boina blanca, chaquetón gris y pantalón rojo, y armados en su totalidad con fusiles Lefaucheaux. En total, se calculan 1.500 hombres de infantería. A su vez, contaba con una sección de caballería, la Escolta del mando de la División, compuesta por una decena de cadetes desertores de la Escuela de Valladolid y una quincena de voluntarios vizcaínos, homogéneamente uniformados. Este desarrollo de la fuerza vizcaína venía a su vez facilitado por el estado de desorganización en el que se encontraban las fuerzas republicanas en este territorio, probablemente el más desguarnecido del Norte, desde que se firmara el Convenio de Amorebieta. 
Sin embargo, pronto llegan noticias de que el General Nouvilas ha salido con la guarnición de Bilbao para
Infanteria Vizcaina 1873
atacar a la Expedición. El 30 de Mayo esta sale de Orduña esquivando el enfrentamiento, pasando por Amurrio, desviándose a Villaro y llegando a Iurre al anochecer. El 31, los carlistas, reforzados por tres de los batallones vizcaínos, reanuda la marcha por Zornoza hasta Lekeitio, donde pernocta. En Bizkaia se quedan las compañías castellanas bajo el mando del Teniente Coronel Juan Pérez Nájera, de destacada intervención en Eraul, que pasan a formar parte de la División de este territorio. Aquel se encargará de la estructuración del Batallón de Cazadores del Cid, 1º de Castilla, con los voluntarios que han ido llegando al Norte, desde Burgos, Soria o Palencia. 
El 1 de Junio, Elío, separándose también de las unidades vizcaínas, penetra en Gipuzkoa por Mendaro, pernoctando en Zestona. El territorio guipuzcoano se caracterizaba por la difícil situación del levantamiento, motivada por la desafección que generaba el estado de insurrección en el que se encontraba el batallón del Cura Santa Cruz, cuya actividad no se adecuaba a la estrategia del Ejército regular legitimista. La tensión se vio incrementada cuando se conoció que el 30 de Mayo, a la llegada de la Expedición a la zona, Santa Cruz había fusilado a 24 carabineros de la guarnición del Puente de Endarlaza, en contra de la política de humanización de la guerra propugnada por el Estado Mayor carlista. Por otro lado, la eficacia desplegada por el Brigadier Loma, Comandante General republicano del territorio, había truncado toda iniciativa por parte de Lizárraga, su homónimo carlista, que sin lograr que se desarrollara el alzamiento en el sector bajo su mando, se veía constantemente obligado a pasar a Navarra, para refugiarse con su batallón. La única acción relevante que se produjo en todo el trayecto de la marcha fue el 2 de Junio, en las alturas de Araunza y San Pedro, cercanas a Azpeitia en las que su guarnición intentó contener a la fuerza expedicionaria, hasta que pudiera ser batida por la columna de Loma. Pero las tropas republicanas evitaron atacar las fuertes posiciones carlistas en la cima, y las tropas de Elío siguieron camino de Goyaz y Bidania a través del Monte Hernio. Destacable de la acción, es el hecho de que en la misma se puso a prueba por primera vez la escueta artillería carlista, con un expansivo entusiasmo de la infantería.


La Expedición de Elío recorrió todo el Norte sin molestia alguna del enemigo
El 3 de Junio por la tarde, Elío, perseguido por Nouvilas, entra en Navarra por Betelu, alojándose en Lecumberri, Iribas y Baraibar. El 4 de Junio, Lizárraga se separa del Ministro de la Guerra, y se dirige a Aldaz para despistar a las tropas republicanas, dando por finalizada la expedición.
 A lo largo del mes, y hasta el 17 de Junio en que Dorregaray y Lizárraga vuelven a reunirse en Lekunberri, se suceden una serie de marchas y contramarchas en las que se traban algunas acciones de importancia pero de poca relevancia táctica o estratégica. La Expedición en sí, no solo fue un éxito táctico. Lo fue también estratégico y político. La misma no solo evitó el contacto con el enemigo, permitiendo que se realizara de forma casi pacífica en territorio supuestamente controlado por el Gobierno. Por añadidura, logró un efecto psicológico fundamental para la formación del Ejército legitimista, al presentar a Elío como elemento centralizador de las principales decisiones militares y promover que los altos mandos de las dispersas fuerzas carlistas desarrollaran una estrategia conjunta que en breve, apenas dos meses, conformarían un Ejército del Norte “de facto” y no solo de nombre.
 Por otro lado, fue todo un éxito de los improvisados, pero sumamente efectivos, servicios de información del Ejército, así como de la Intendencia del mismo, habida cuenta los exiguos recursos con los que contaban las tropas de Don Carlos, y lo rápido de la marcha de aquella fuerza, poderosa para los cánones del conflicto hasta ese momento. 
Por todo ello, logró su principal objetivo, que era el propagandístico. El “paseo” de Elío sin apenas sufrir molestia alguna, por los cuatro territorios en los que se desarrollaban las principales operaciones carlistas fue un grave baldón para la moral de combate del Ejército Republicano. Las acervas críticas que sufrió el Gobierno, y por derivación los altos mandos, por parte de la opinión pública contribuyeron a incrementar el espíritu de victoria que en mes y medio se había apoderado del Ejercito Carlista. A mediados de Junio se empezaba a formar en el Valle del Baztán el 5º Batallón de Navarra. Y la victoria de Udabe, con no tener la relevancia de Eraul, profundizó más en el derrotismo afincado en las fuerzas republicanas, confiriendo a las carlistas, de forma definitiva, una iniciativa estratégica en Navarra, que conllevará la conquista de Estella.

 Metauten, 20 de Junio de 1873. Radica sostiene la línea

No se detuvieron las fuerzas carlistas tras la expedición. Con la intención de evitar la concentración de tropas enemigas en torno al grueso del ejército de Dorregaray, éste planea de forma casi inmediata una nueva incursión con el 1º y 2º Batallón de Navarra, bajo el mando directo de Nicolás Ollo. Iniciada el 9 de Junio, ésta les llevará de nuevo por el Sur de Alava, hasta Orduña, y después por el Norte de Burgos. En el camino, forrajearán y destruirán pertrechos y suministros enemigos. Mantendrá una acción en Miranda de Ebro con la guarnición de esta población, tras haber hecho descarrilar un tren de pasajeros en el ferrocarril entre Vitoria y Miranda. El 15 de Junio, la columna carlista se encuentra de nuevo en Navarra, recorriendo el montañoso noroeste del territorio, desde Eraul, ascendiendo hasta Izurzu y Baraibar, a través de las sierras de Lokiz, Andía y Aralar, para refugiarse el 19 de Junio en el Puerto de Zudaire con avanzadas en Ekala y San Martín, unidos ya al 3º de Navarra.
 El 20 tienen conocimiento que la columna del Brigadier Portilla, compuesta por el Regimiento de Gerona,
Mapa de la Acción de Metauten
un batallón del de Sevilla, dos compañías de Cantabria y una sección de artillería de montaña, unos 1.300 hombres, se encuentran en Eulate, a apenas unos tres kilómetros de las posiciones carlistas. Dorregaray se retira dirección los altos de Metauten y Ganuza para no verse encerrado en los desfiladeros de Zudaire, en caso de ser atacados por otra columna por el extremo opuesto. Portilla les sigue de cerca y se traba combate por los altos de la ermita de Metauten. Las tropas carlistas, mal coordinadas, no consiguen contener la embestida republicana encabezada por el experimentado y fiable batallón de Sevilla. El 3º de Navarra se dispersa y se lleva consigo al 2º que avanzaba desde la reserva para reforzarle. Será el Coronel Rada quien consiga reunir cien hombres y logre sostener la línea, conteniendo el avance republicano e impida la desbandada total de la fuerza legitimista. Reagrupado el 2º de Navarra, se lanza igualmente al contraataque, evitando el copo de su coronel. El 1º de Navarra, emboscado para atacar por el flanco al enemigo, no se movió de sus posiciones cuando sus mandos vieron que las unidades amigas amenazaban con dejar el campo de batalla. Hecho que fue muy criticado en los partes legitimistas. La acción, con no ser importante, y a pesar de no lograr los objetivos esperados por el Brigadier Portilla, fue encarnizada y provocó un centenar de bajas en cada bando. Se deja constancia por historiadores liberales, que algunos soldados republicanos remataron a heridos y prisioneros carlistas en su avance. Portilla, que no contaba con caballería para fijar a la infantería carlista, no pudo realizar un último empuje para perseguir a Dorregaray que se retira dirección Alava, una vez más, a través de la Sierra de Lokiz.
 Curiosamente, esta acción que a punto estuvo de disolver el principal núcleo de las fuerzas de CarlosVII, no tuvo eco alguno en los medios de la época. El primero que la narra es Pirala en su Historia Contemporánea, basándose en memorias de oficiales carlistas y en entrevistas a soldados participantes en la misma. Finalmente, sería descrita desde la perspectiva liberal por la Narración Militar del Estado mayor del Ejército, en 1889.

 Los mandos. 

General D. Joaquín Elío y Ezpeleta (Pamplona 17/08/1806 – Pau 26/01/1876) Fue, junto a Cabrera hasta que éste abandonó el movimiento carlista, la otra gran figura emblemática del mismo. Ostentó altos cargos de responsabilidad en la causa legitimista bajo todos los pretendientes, desde Carlos V hasta Carlos VII, aunque los resultados de sus actividades no están exentas de polémica. Nacido en 1806, fue cadete bajo las órdenes de su tío, el General Francisco Javier de Elío, Capitán General de Valencia, que fue asesinado por su ideología realista durante la rebelión liberal de 1821. Joaquín Elío se incorpora a las filas realistas, ascendiendo a capitán en la famosa División Navarra comandada por Santos Ladrón. Miembro de la Guardia Real desde su creación en 1824, en 1833, a la muerte de Fernando VII, solicita licencia y se incorpora a las tropas carlistas bajo el mando de Zumalacárregui, quien le nombra Coronel del 8º Batallón de Navarra. Cruz Militar de la Orden de San Fernando en la 2ª Batalla de Arlabán, participa en la expedición de Zaratiegui en Castilla, como Jefe de su Estado Mayor. En Septiembre de 1839 es nombrado Comandante General de Navarra, y como tal, intenta evitar en lo posible los efectos del Convenio de Bergara en los Batallones bajo su mando, sin mayores resultados que lograr que algunas unidades mantengan la disciplina antes de la disolución definitiva del Ejército del Norte. Exiliado en Francia, forma parte de las Juntas sucesivas que se forman para reorganizar a los carlistas en el exilio. Es nombrado por Carlos VI Comandante General del Ejército del Norte en 1848, pero el alzamiento de ese año fracasa en dicho territorio de operaciones, tras la muerte de Alzaa. En 1857 se inician las conspiraciones que concluirán en el desembarco de San Carlos de la Rápita en 1860. Elío participa activamente en las mismas y en toda la operación. Fracasada, es hecho prisionero junto a Carlos VI. Condenado a muerte, es indultado por Isabel II, retirándose de la vida política y conspirativa hasta el destronamiento de ésta. En 1868 se presenta ante Carlos VII, quien le asciende a Teniente General, y le nombra Presidente de la Junta General de Organización Militar. En 1873 es nombrado Jefe del Estado Mayor del Ejército y Ministro de Guerra. Querido y respetado por las tropas, todos reconocen su talante caballeroso y digno. De imponente figura y de una fidelidad sin fisuras a Carlos VII, quizá fuera excesivamente mayor para dirigir la campaña. Algunos historiadores le acusan de cierta irresolución en los momentos críticos, de excesivo conservadurismo en el mando de las fuerzas, y es indudable que polémicas decisiones tácticas por él sostenidas dieron lugar a la derrota del Ejército carlista ante Bilbao en 1874, perdiendo definitivamente la capacidad de iniciativa estratégica para el resto de la guerra. Tampoco supo contener las desavenencias que se fueron abriendo en el alto mando carlista, poco dado como era al enfrentamiento con sus subordinados y a ejercer el mando de forma imperativa y autoritaria. Tras el fracaso del Sitio de Bilbao, abandonó el mando directo de tropas y se retiró a Francia, donde muere en Enero de 1876. 

General D. Ramón Nouvilas y Rafols (Castellón de Ampurias, 08/12/1812 – Madrid, 30/05/1880) Militar de alto prestigio y con una carrera meteórica en la que ostentó importantes cargos de responsabilidad, su compromiso político con el movimiento republicano le ha condenado prácticamente al olvido histórico. Cadete en el Regimiento de Bailén en 1829, participa activamente en el Ejército del Norte durante la 1ª Guerra Carlista, bajo los mandos de Lorenzo, Oraa, Córdova y Espartero. Organizó y comandó la Compañía de Guías que serviría de base para la creación del Regimiento de Luchana, bajo las órdenes de aquel. Durante la Guerra es distinguido con dos cruces laureadas de San Fernando. Terminada la guerra, toma parte en los sucesos de 1841, se exilia tras el fracaso de golpe a Portugal, Francia e Inglaterra. Regresa en 1843 y es nombrado Inspector General de la Milicia Nacional. Ascendido a Coronel, ostenta el mando del Regimiento de Castilla. En 1847 se le asciende a Brigadier y se confiere el mano de la 1ª Brigada Ligera del Ejército de Cataluña, combatiendo contra los matiners carlistas. Derrota en enero de 1849 a Cabrera en Pasteral, obligando a éste a cruzar la frontera con el resto de sus fuerzas, y dando fin a la guerra. Es uno de los grandes teóricos militares del Siglo XIX con sus artículos en dicha materia en El Honor, La Gaceta Militar y La Iberia, publica así mismo dos destacables trabajos académicos: Táctica General de Infantería en 1860, y Servicio de tropas ligeras en campaña en 1869. Tras participar en diversas conspiraciones y sufrir diversos destierros, es nombrado capitán General de Andalucía, levantando a todas las fuerzas que guarnecían en ese territorio y poniéndolas a disposición del Duque de la Torre en la Revolución de 1868. Tras pasar por la Capitanía General de Cataluña, se presenta a las elecciones para las Cortes republicanas como senador por Murcia en 1871. Sigue carrera política en distintas legislaturas, pero cuando se proclama la República es nombrado en Abril Comandante General del Ejército del Norte. Nombrado en Mayo Ministro de la Guerra, pone su cargo a disposición del gobierno, tras la acción de Eraul. Poco o nada pudo hacer Nouvilas como jefe de dicha fuerza, habiendo sido muy criticado su mando, a pesar de no ostentarlo más de tres meses, y de poder influir muy poco, por tanto, en las condiciones de la contienda. Como hemos dicho, se vio acuciado por la falta de financiación y por la baja moral de las fuerzas que comandaba, a pesar de que dirigió personalmente algunas columnas perseguidoras. Apreciado por sus subordinados a pesar de que la mala suerte le siguió durante la guerra, era un hombre metódico, humilde, y de fuertes convicciones que le llevaron a dimitir de su cargo y de todas sus responsabilidades políticas ante el desamparo en el que consideraba que el Gobierno había dejado a sus hombres. El Gobierno le encomendó la presidencia del Consejo Supremo de Guerra, dimitiendo del mismo al ser contrario al Golpe de Estado de Sagunto. Tras la Restauración, fue hecho prisionero y desterrado a Canarias. Levantado el destierro por Martínez Campos en 1879, falleció poco después en Madrid, donde estableció su residencia.

 Coronel D. Colomán Castañón y Acevedo. Pocos datos se conocen de quien ejerciera el mando de la fuerza republicana en Udabe. Fue Comandante efectivo del 1º Batallón del Regimiento de Sevilla, antes del estallido de la guerra. Con la llegada del conflicto, dicho regimiento fue destinado al Norte, y fue disgregado en diversas columnas y guarniciones, lo que afectó a la moral de una unidad veterana y combativa como era Sevilla. Castañón no fue menos efectivo que otros mandos militares gubernamentales. Le tocó luchar en un ejército mal y poco equipado, y en el que había pocas unidades veteranas, y que por su carácter regular, era poco apto para ejercer las labores casi policiales que requerían los primeros momentos de la guerra. Castañón siguió al mando de fuerzas tras la derrota de Udabe y haber curado de las heridas sufridas en la misma.

 Udabe, 26 de Junio de 1873. 

Carabineros gubernamentales 1873
Tras una agotadora marcha por Alava bajo una densa tormenta de agua que duró varios días, y en la que los batallones perderían hombres y pertrechos, Dorregaray vuelve a Zudaire el 23 de Junio. Es probable que, en esa fecha Elío mandara llamar al Batallón de Azpeitia de Lizárraga y al 4º de Navarra para que se uniera a su columna, bastante desgastada por aquella marcha. El 24 cruzaron de nuevo la Sierra de Andia hasta Ulzurrun, donde pernoctaron, y con intención de entrar en Baztán. Pero, para ello, era necesario desarticular el fuerte Irurtzun, defendido por 100 carabineros, dado que por su situación, bloqueaba los accesos más rápidos a Alava y Gipuzkoa de forma simultánea, dificultando la comunicación con dichos territorios, y facilitando los movimientos de las columnas liberales en el Noroeste de Navarra, y su traslado entre ambos territorios. El 25, los tres batallones navarros cercaron la población y situaron la pieza de artillería frente a la casa fortificada donde se refugiaba la guarnición. Tras algunos disparos, la fuerza sitiada se rindió, probablemente por desconocer que las columnas republicanas de Portilla, el propio Nouvilas y Castañón se encontraban a pocas horas de la zona, siendo esta última la más cercana. El fuerte fue destruido y los atacantes se incautaron de más de cien fusiles, recambios y munición, que fueron trasladados al Baztán para ayudar a armar el 5º de Navarra. Los oficiales prisioneros fueron puestos en libertad bajo palabra. La tropa que no quiso pasarse al bando enemigo, fue escoltada hasta la frontera francesa, donde fue puesta, así mismo, en libertad.
Esta pequeña victoria reforzó el espíritu de la tropa que se fue a pernoctar a Lekunberri y Baraibar, mientras la columna Castañón llegaba Irurtzun, tras haber cruzado las Amezcoas, con pocas horas de diferencia y dispuesta a contraatacar al día siguiente. Recordemos que Castañón tampoco había llegado a tiempo de socorrer a la Columna Navarro en Eraul en Mayo, la unidad con la que solía combinar sus movimientos, y es bastante probable que quisiera desquitarse evitando al enemigo el refugio del Baztán. Mientras, Portilla con su unidad, alcanzaba Etxarri-Aranaz, donde, a su vez, pernoctaba, y por el lado carlista alcanzaban Baraibar el 4º de Navarra y el Batallón de de Azpeitia con Lizárraga a la cabeza. Es indudable que el movimiento de flanqueo de Castañón el día 26 de Junio a través de Oskotz, con un desvío de varios kilómetros sobre las posiciones legitimistas, estaba destinado a bloquear el camino del Baztán al Ejército Real y provocar el enfrentamiento, esperando que el Brigadier Portilla tomara a Elío por la retaguardia. Pero, como ocurriera con Navarro en la acción de Eraul, la falta de información sobre la verdadera posición del enemigo, su número y estado de su moral, le hizo caer en la trampa dispuesta por éste como ocurriera en aquella acción. Efectivamente, es bastante probable que decidiera el enfrentamiento para que Portilla ejerciera la función de yunque mientras sus batallones golpeaban el frontal de Elío. Pero, una vez más, la coordinación republicana dejó mucho que desear, avocando al coronel republicano a un combate brutal en gran inferioridad de condiciones.
A las seis de la mañana la columna republicana sale de Irurtzun. Esta compuesta por un Batallón del

Artilleria republicana 1873
Regimiento de Tetuán, otro del de Cantabria, Batallón de Cazadores de Puerto Rico, dos compañías de carabineros, una sección de caballería de Lanceros de Villaviciosa que conformaba la escolta, y una sección de artillería. Una vez más hay discrepancias sobre el número de hombres que componían la columna. Los historiadores liberales hablan de en torno a 1.200 hombres. Algunos corresponsales de periódicos contemporáneos a la acción elevan su número a 1.600 plazas. Teniendo en cuenta que sobre el papel, un batallón del Ejército Español del periodo se componía de 900 plazas, y en campaña alcanzaba entre 600 y 700 hombres, creo que la cifra dada por los periodistas es más aproximada a la realidad.
Elío y Dorregaray resuelven durante la madrugada del 26 atraer a la fuerza republicana a un dispositivo de pinza, situando un señuelo compuesto por los batallones 1º y 3º de Navarra, bajo el mando del Brigadier Ollo y la pequeña sección de artillería. La idea es situarse a retaguardia del avance republicano para atraer al combate a Castañón. Mientras, el 2º, 4º de Navarra, el Batallòn de Azpeitia y la Escolta del General esperarían en Lekunberri a que se trabara combate para atacar por el flanco derecho a la tropa republicana.
También hay discrepancia sobre el número de fuerzas carlistas participantes en la acción. Los historiadores liberales contemporáneos hablan de un total entre los 4.000 y 5.000 combatientes. Y así ha sido asumido por muchos historiadores cercanos al carlismo. Antonio Hernando, miembro del E.M. de Lizárraga y testigo ocular de los hechos, habla de una importante superioridad carlista, sin especificar cantidades. Sin embargo, se tiene un conocimiento cercano del grado de integridad de los batallones navarros a primeros de Julio de ese año, poco después de Udabe. El 1º de Navarra era el único batallón que contaba con la totalidad de sus efectivos. El 2º y 3º contaban con unas 600 plazas aproximadamente, lo mismo que el 2º de Guipúzcoa. El 4º no alcanzaba las 500 plazas. A dichas cantidades habría que añadir las bajas en Udabe, y restar las indeterminadas sufridas en Metauten y la dura marcha posterior. Es probable que el ejército carlista sumara aquel día en torno a 3.200 hombres.
 Ollo sitúa sus unidades en una loma de pastos y bosques al Sureste de los Altos de San Miguel, junto a las poblaciones de Udabe y Urritza, y con el río Larraun a su espalda, si bien manteniendo la carretera de Lekunberri a Irurtzun a retaguardia para facilitar una posible retirada. Situó ambas unidades en línea y formación de batalla, con despliegue de guerrillas en vanguardia. Mientras, Elío y Dorregaray esperan con el resto de los efectivos en el frontón que conforma uno de los laterales de la iglesia de Lekunberri.
Croquis de la Accion de Udabe.
Leyenda: Verde-Batallones Carlistas
Rojo-Unidades Republicanas
En la actualidad el escenario de la batalla se mantiene prácticamente invariado, por lo que es fácil seguir las diversas incidencias sobre el terreno. Se caracteriza por amplias extensiones de cultivos y prados, enmarcado en densos bosques que cubren suaves laderas. Aquel terreno despejado contribuyó al encarnizamiento del combate que se iba a suceder, que iba a generar mayores bajas que el de Eraul. Cuando Castañón llega a Muskiz tiene conocimiento de que hay fuerzas enemigas a su retaguardia, hacia Lekunberri. Allí inicia contramarcha por Oskotz y Etxalar, hasta rebasar Beramendi. Allí, en las suaves alturas que lindan por el noroeste con la pequeña población de Udabe, divisa los batallones de Ollo que se encuentran en formación y desplegadas las guerrillas. Castañón disgrega cuatro compañías del batallón de Cantabria y sitúa una pieza de su sección de artillería en su flanco izquierdo contra una posible carga de Ollo.
Los primeros disparos se realizan hacia el medio día. La defensa activa realizada por los soldados del Batallón de Cantabria, hace que las guerrillas carlistas retrocedan hacia sus unidades originarias. De cara a evitar ser copado por la fuerza enemiga refugiada en Lekunberri, Castañón dirige su flanco derecho hacia la población de Arruitz, con el Batallón de Puerto Rico y una compañía de carabineros en vanguardia. Tetuán, dos compañías de Cantabria y otra de carabineros quedan en el centro del dispositivo, como reserva para taponar las brechas que se puedan producir en el mismo.
 Este movimiento es detectado por Ollo, que envía un mensajero para que informe a Elío de los movimientos republicanos. Las fuerzas que esperan en Lekunberri creen que aquel ha batido a la columna enemiga y que no tendrán que intervenir en el combate, cuando llega el mensajero con noticias del amago enemigo. Si los republicanos toman Arruitz, las dos alas de la “división” navarra no podrán unir sus flancos, desmantelándose el plan carlista. Los batallones de Elío se lanzan a paso de carga hacia la población amenazada y la rebasan unos dos kilómetros. Frente a ellos en los altos despejados del norte de Udabe, descubren las líneas republicanas que rompen el fuego de artillería con las dos piezas que apoyan el flanco derecho gubernamental. Las tropas de Elío se despliegan bajo el fuego. En vanguardia el Batallón de Azpeitia, bajo el mando de Lizárraga, y dos compañías del 2º de Navarra a su izquierda, dirigidos por Rada. Como reserva, en segunda línea, quedan cuatro compañías del 2º de Navarra y el 4º, que entra en combate por primera vez.
Las unidades carlistas avanzan por las suaves laderas hacia la cima en la que les espera la columna de

Teniente Infantería Carlista 1873
Castañón. Lo hacen bajo un nutrido fuego de fusilería y artillería y en campo descubierto. Son las dos y media de la tarde. A medida que arrecian las descargas, el avance en columna cerrada de los carlistas va perdiendo cohesión, y se detiene cerca de la cima para iniciar un paulatino retroceso, aunque manteniendo el orden. Se ordena al 4º de Navarra avanzar, para sostener la línea legitimista, mientras el de Azpeitia se reorganiza a retaguardia. El bisoño batallón navarro recibe el impacto de varias compactas descargas del Batallón de Puerto Rico y de las dos compañías de Cantabria que habían pasado de la reserva a reforzar el flanco derecho republicano. El 4º de Navarra pierde fuerza e inicia la retirada, para dispersarse a los pocos pasos y volver en desbandada a las posiciones iniciales.
 El fuego de artillería y fusilería hiere a varios oficiales del Estado Mayor de Elío, que se encuentran cerca de la vanguardia carlista. En ese instante, el conde de Caltavuturo, Don Carlos Caro, del Estado Mayor de Elío, hermano del Marqués de Medina Sidonia, una de las figuras más románticas del carlismo y amigo personal del ideólogo Aparisi y Guijarro, desmonta de su caballo, toma un fusil y e intenta contener la huida, reuniendo a algunos dispersos para prevenir un posible contraataque. Este acto le costará la vida, al ser herido en el pecho por una bala enemiga.
 Mientras, en el flanco izquierdo republicano, las cuatro compañías cántabras empiezan a ceder ante la presión del 1º y 3º de Navarra que van cerrando la línea carlista, hasta conformar un frente continuado.
La Acción de Udabe se prodigó en combates cuerpo a cuerpo por la falta de municiones
Castañón ordena a cuatro compañías del Batallón de Tetuán que refuercen el sector, pero inician una retirada paulatina y ordenada, conteniendo las sucesivas cargas a la bayoneta que lanza el enemigo. El 3º de Navarra une su flanco izquierdo al derecho del batallón guipuzcoano, al tiempo que el 4º, desbandado, pasa a través de sus líneas. A partir de entonces, la presión se generaliza en todo el frente. Lerga, Comandante del 3º de Navarra ordena una nueva carga a la bayoneta, que recibe el Batallón de Puerto Rico. Se rompe la línea republicana y su artillería queda al descubierto. Castañón ordena que ésta se retire, al tiempo que dirige a las dos compañías de Tetuán que quedaban de reserva, que cierren la brecha. Algunos hombres del 3º llegan hasta la piezas de artillería. Matan el mulo que lleva una cureña y se hacen con ella, pero el capitán del batallón de Puerto Rico, Pedro Marín, y dieciséis hombres ayudan a los artilleros y consiguen salvar la pieza. El 3º de Navarra se retira a posiciones iniciales para reorganizarse.
Teniente Infanteria Republicana 1873
El contraataque de Tetuán contiene el ímpetu carlista, pero Castañón tiene empeñadas en combate todas sus fuerzas. Tan solo le queda en reserva medio escuadrón de caballería, que es golpeado ocasionalmente por la única pieza de artillería del enemigo, que no se ha movido de su posición original. Tras varias horas de fuego continuado y concentrado, empiezan a escasear las municiones en las tropas republicanas. Pero el empuje enemigo no cesa.
 El 4º de Navarra, de nuevo cohesionado, toma posiciones junto al de Azpeitia en el hueco dejado por el 3º. A la izquierda del guipuzcoano se realinea el 2º de Navarra al completo. Se ordena una nueva carga a la bayoneta en toda la línea izquierda carlista. El Coronel Aspiazu, comandante del 4º, se sitúa al frente de su unidad para evitar que esta se quiebre una vez más. La carga se lanza en una suave ladera de campos de cultivo, una vez más, al descubierto. La recibe una mezcla de compañías de Tetuán, Cantabria y Puerto Rico con impávida serenidad, según todos los historiadores. Se abre un denso fuego de fusilería y metralla a corta distancia que abre profundos huecos en los batallones carlistas. A pesar de ello, estos continúan el avance. Azpiazu cae acribillado al frente de su batallón. Son heridos de gravedad varios oficiales superiores que dirigían esta carga que consideran decisiva. Sin embargo, los legitimistas llegan con ímpetu a cruzar las bayonetas con las fuerzas republicanas, rompen su línea y algunos soldados del 2º Batallón de Navarra, bajo las órdenes de los sargentos Echondo e Illeras toman una de las piezas de artillería de Castañón, que no dio tiempo a desmontar y cargar en mulos. Lizárraga ordena al Coronel Ichazo que destacando cuatro compañías de Azpeitia intente flanquear por su derecha una de las brechas, para evitar la retirada de parte de las fuerzas republicanas a Udabe. Pero el movimiento no llega a completarse.
La confusión en esos instantes del combate es casi absoluta. Castañón ordena una retirada escalonada de la infantería, y un contraataque de la sección de caballería de Villaviciosa. Pero ésta ha sido desmoralizada por el fuego de la pieza enemiga y apenas tiene capacidad para amagar algunos movimientos por el flanco. Poco después se une a la retirada. Poco a poco, y bajo la presión carlista, la retirada republicana se convierte en absoluta desbandada. La mayor parte de sus fuerzas se dirigen disgregadas y en estado de confusión hacia Udabe, donde se refugian en las casas de la población. El Coronel republicano es herido mientras logra mantener una frágil línea de defensa, que se retira gradualmente hacia la venta de Latasa. La Escolta del
La caballeria de Sanjurjo acosa a la infanteria republicana en desbandada
General, que conforma la caballería carlista, bajo las órdenes del Teniente Coronel Justo Sanjurjo, entra finalmente en combate para perseguir a los fugitivos, pero aquel es herido mortalmente por el fuego enemigo a la entrada de Udabe. Sanjurjo era el padre del que sería, en el futuro, el famoso general africanista José Sanjurjo, Marqués del Rif. También participa en la persecución el 2º de Navarra encabezado por el Coronel Rada. Su montura cae herida bajo el fuego, pero continúa a pie hasta adentrarse en la población, cayendo a su vez herido de bala en una pierna mientras, intentaba asaltar una de las casas en las que se refugiaban restos de fuerzas enemigas.
Enterado de la ruptura del combate, el General Nouvilas intenta alcanzar con su columna a Castañón, para apoyarle. Pero tarda tres horas en llegar al lugar de la acción desde Munárriz, y no puede si no a evitar que se consume el cerco de la tropa fugitiva en Udabe y en los caseríos adyacentes. Su marcha es obstaculizada por la destrucción de los puentes que él mismo había ordenado cortar para obstaculizar el movimiento de las partidas insurgentes. A la llegada del general en jefe del Ejército de Operaciones del Norte, las fuerzas de Elío habían vuelto a Lekunberri, de donde salieron al día siguiente, perseguidos por el propio Nouvilas y Portilla.

Tras la Batalla

Ambas fuerzas sufrieron importantes perdidas, siendo especialmente sensibles las padecidas entre la oficialidad carlista, que dirigía siempre en vanguardia para enardecer a sus tropas. Los republicanos perdieron 215 hombres entre muertos, heridos y prisioneros. Los carlistas reconocieron 180 bajas. Con la retirada de Elío tras la batalla, sus heridos fueron dejados en Lekunberri, donde fueron atendidos por los equipos médicos de las columna republicanas cuando llegaron a la zona, así como dispositivos de voluntarios de la Cruz Roja de Pamplona, quienes recuperaron los cadáveres del campo de batalla y trasladaron a los heridos de ambos bandos a los hospitales de la capital. Durante el trayecto del convoy médico, son de
Conde de Caltavuturo. Muerto de sus heridas
a los pocos días de Udabe
destacar los cuidados y atenciones que prodigó la población civil a todos los heridos.
De hecho, la batalla se caracterizó, a diferencia de futuros y pasados combates, por la caballerosidad y respeto con la que se trataron mutuamente ambos bandos a pesar de la crudeza y encarnizamiento de la lucha. Carlos Caro, Viñalet, hijo del Vice Almirante del mismo nombre, que habría de ser ministro del gobierno de Carlos VII, Azpiazu, y otros oficiales heridos fueron atendidos con gran consideración hasta el instante de su fallecimiento, días después.
Se produjeron también gestos de apoyo y ayuda indistintos entre los soldados. Los carlistas se hicieron con cien fusiles, una pieza de montaña completa y la cureña de otra, y los bagajes de la columna, entre ellos el equipaje del Coronel Castañón. Como en el mismo, se contaba correspondencia personal del coronel, ésta fue devuelta a su titular por el General Elío. El cañón fue entregado al Batallón de Azpeitia, naciendo así la artillería guipuzcoana. Durante días, el Gobierno de la República intentó ocultar a la opinión pública la derrota de Udabe, la cual llegaron a intentar vestir de victoria. Pero fueron los corresponsales de los periódicos afines al mismo, quienes sacaron a la luz la realidad de la misma. El golpe moral y propagandístico para el régimen fue importante, más allá de la propia importancia secundaria de la acción en sí. La sociedad tuvo conocimiento de la escasez de recursos con los que tenía que combatir el Ejército gubernamental, y de las continuas quejas de sus mandos al respecto.
El impacto se profundizó con la derrota de Alpens en Cataluña, a los pocos días, en la que habría de morir, además, uno de los generales de brigada que apoyaban más abiertamente al Régimen republicano: Cabrinetty.

Conclusión.

 A pesar de que Nouvilas intentó compensarla, durante los siguientes días, con una activa persecución de las fuerzas alzadas, en esta acción la guerra toma un giro definitivo a favor de los partidarios de Don Carlos, quienes asumirán a partir de entonces la iniciativa estratégica en el Norte hasta los primeros meses de 1874. La caída de Puente la Reina, Estella, y las acciones de Dicastillo y Allo, acreditarían que el conflicto alcanzaba la dimensión de guerra civil convencional, que se confirmaría en Montejurra. Que era pues necesario un Ejército convencional conformado de divisiones y cuerpos de Ejército, y no pequeñas columnas, para derrotar a las fuerzas carlistas. Este convencimiento tardaría meses en dar resultados efectivos.
Por otro lado, a pesar de la victoria, seguían evidenciándose las debilidades del Ejército de Don Carlos. Sus limitados medios derivaban en las brutales cargas a la bayoneta al “estilo Radica” cuando las municiones empezaban a escasear, con las pérdidas que implicaban. El empeño heroico de muchos mandos por combatir al frente de sus unidades, enardecía a sus hombres, pero provocaba a su vez un desproporcionado número de bajas entre los mismos. Por otro lado, dichos mandos seguían confiando más en el espíritu de lucha de sus soldados que en el desarrollo de tácticas menos sacrificadas y más efectivas. Tan solo algunos de estos problemas habrían de resolverse a lo largo de la guerra, otros se agravarían y motivarían la derrota final de los legitimistas.


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- La Tercera Guerra Carlista 1872-1876 . Aut.: César Alcalá. Ed: Grupo Medusa.2003.
- Historia Fotográfica de la 3ª Guerra Carlista.(1872-1876) Aut.: Juan Pardo y Juantxo Egaña. Ed.: Txertoa. 2010
- Periodicos: La Esperanza, La Correspondencia de España, La Epoca, La Discusión, La Iberia.

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